
Fue inaugurado el martes 19 de abril de 1983, a cuyo concierto fui con mi hermana Fanny, quien trabajaba en el extinto Consejo Nacional de la Cultura (Conac). Hoy hace cuarenta y dos años.
Me impactó –quizá lo más interesante para mí– el hecho de haberse estrenado el día del concierto inaugural, la Suite Margariteña del maestro Inocente Carreño. La sala Ríos Reyna estaba colmada, no cabía un alfiler. Desde luego, con la presencia del doctor Luis Herrera Campins, presidente de la República y demás autoridades oficiales.
Yo recién había llegado a Caracas desde mi Barcelona natal, graduado de bachiller. Al mes siguiente de aquel fastuoso evento, miércoles 25 de mayo, en una mañana lluviosa, conocí las instalaciones del Metro de Caracas e ingresé a trabajar en el teatro (fundación) Teresa Carreño. Fui el primer mensajero. De allí salí, siete años después, ocupando cargo gerencial.
La Fundación Teresa Carreño se había constituido el 11 de junio de 1973 (diez años antes), según acta constitutiva-estatutos sociales, durante el primer gobierno del doctor Rafael Caldera, con el firme propósito de darle una sede permanente a la Orquesta Sinfónica de Venezuela, la fundada por el bien recordado maestro Vicente Emilio Sojo.
Desde entonces, la fundación estuvo presidida por el doctor Salvador Itriago Sifontes, eminente abogado vinculado al mundo artístico-cultural venezolano, y para mí de muy grata recordación.
La fundación se encargaría de administrar el teatro una vez inaugurado, porque la construcción le correspondió a la empresa del Estado Centro Simón Bolívar S. A., conforme con el concurso que se realizó para tal fin, ganado por cierto por el magnífico equipo integrado por Tomás Lugo Marcano, Jesús Sandoval y Dietrich Kunkel.
De haber ganado las elecciones Rafael Caldera en 1983, seguramente el doctor Itriago Sifontes hubiera continuado dirigiendo los destinos del Teresa Carreño. De modo que no tuvo chance de llevar a cabo una gestión al frente del Coso de Los Caobos que pudiéramos valorar en su justa y adecuada dimensión.
Sin embargo, desde su apertura y hasta su sustitución en el cargo por Elías Pérez Borjas designado por el gobierno del doctor Jaime Lusinchi en 1984, fueron muchos y muy importantes los eventos y temporadas allí escenificados durante la gestión brevísima de Itriago Sifontes.
Con nuevo gobierno en 1984, nombrado el doctor Ignacio Iribarren Borges ministro de Estado-presidente del Conac y Pérez Borjas en la dirección de la Fundación Teresa Carreño, se inició lo que hasta ahora ha sido la mejor gestión del teatro Teresa Carreño. La verdad sea dicha, sin complejos ni reservas de ninguna índole.
Muchísimos los eventos de distinta naturaleza, apertura a todas las manifestaciones culturales, oportunidades a los trabajadores para su formación y mejoramiento, y desde luego, su ascenso dentro de la institución.
Mientras el ch… abismo negó a un cantante venezolano el uso (la contratación) del Teatro Teresa Carreño, dizque porque «es un artista de las élites», debo decir que se trató de un argumento muy débil de quienes hoy regentan (o regentaban) ese espacio. ¡Qué ceguera intelectual, enanismo ideológico, yermos los cerebros, áridos los espíritus!
En la mal llamada «4ª República», las veces que quisieran, el censurado artista, así como también otros muchos y grupos –todos– podían presentarse en ese Complejo Cultural, suerte de sueño para quien quería ver alcanzado el triunfo, la cúspide del éxito.
“Yo quiero actuar en ese teatro”, le oí decir al grande Zubin Mehta, en 1982, en el Poliedro de Caracas, durante un concierto con la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Un tiempo después, en 1986, tuve la dicha de volver a ver, esta vez dirigiendo la Filarmónica de Israel en el Teresa, cuyo espléndido concierto culminó con un magnífico Bolero de Ravel. Mi madre emocionada, lloraba.
Fue mi honor redactar los contratos de tantos artistas y grupos que se presentarían en el Teresa Carreño, había mística y respeto, su Junta Directiva la integraban partidarios de todas las tendencias políticas, y se daba cabida a todas las expresiones del arte y la cultura.
No había censores de nuevo cuño al servicio de ningún gobierno maniqueo ni despota, fracasado, resentido ni empeñado en destruir lo que tanto nos ha costado construir en el país.
Prohibido olvidar, porque si usted no cultiva su memoria, vendrá otro a sembrar cuentos de rutas y caminos, de empanadas y conucos. La barbarie prefiere espejos complacientes, y no los de la madrastra que les diga la verdad sobre sus fechorías, mentiras y fealdades.
La poesía, el arte, el pensamiento son como contrapeso del poder y de la sociedad. Aquel tiende a volverse perverso y ésta a aletargarse. Se requieren antídotos fuertes para contrarrestar esas calamidades y dónde encontrarlos sino dentro de la cultura. Y ante la intolerancia e idiotez de la mandonería, es preciso usar como armas de convicción y defensa las que los déspotas regímenes no tiene: asomos de cultura y de sensibilidad.
Ojalá estén a buen resguardo, el piano que mandó a construir especialmente Antonio Guzmán Blanco para nuestra eximia pianista de fama universal, Teresa Carreño, así como el ánfora de bronce donde fueron trasladadas sus cenizas mortales desde Nueva York a Caracas, así como el resto de sus pertenencias que formaban parte de la memorabilia en la sala museo que también llevaba su nombre. Siempre habrá cocuyos y luciérnagas revoloteando su amor sonoro, haciendo de su lumínico baile el más sublime estruendo. El arte y la cultura procurando dar sus luces para que el Teresa Carreño vuelva a ser lo que antes fue y cumpla a cabalidad los fines para los cuales fue erigido.
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