Dos migrantes adolescentes participantes de una fiesta de Quinceañera posan para los fotógrafos en el puente Rainbow de Fort Morgan, Colorado, el 16 de diciembre de 2023.
El único consuelo de Magdalena Simón cuando los agentes de inmigración esposaron a su esposo y se lo llevaron fue el contenido de la cartera de él, unos pocos billetes.
Por VOA
La esperanza que la había impulsado a recorrer miles de millas desde Guatemala en 2019, con su pequeño hijo aferrado al pecho, dio paso a la desesperación y la soledad en Fort Morgan, una localidad ganadera en las llanuras orientales de Colorado, donde algunos vecinos se la quedaban mirando y el viento soplaba tan fuerte que una vez abrió de golpe las puertas de un hotel.
Simón, que estaba embarazada, intentaba ocultar la desesperación cada mañana cuando sus hijos pequeños preguntaban por su padre.
Para millones de migrantes que han cruzado la frontera sur de Estados Unidos en los últimos años, y que bajaron de autobuses en lugares de todo el país, esos sentimientos pueden ser una compañía constante.
Lo que encontró Simón en esa modesta ciudad de poco más de 11.400 personas, sin embargo, es una comunidad que la acogió, la puso en contacto con asesoría legal, organizaciones benéficas, escuelas y pronto con amigos, una red de apoyo única construida por generaciones de inmigrantes.
En la pequeña localidad, los migrantes se labran vidas tranquilas, lejos de grandes ciudades como Nueva York, Chicago y Denver, que han tenido problemas para alojar a los solicitantes de asilo, y de las salas del Congreso donde se negocia su futuro.
La comunidad migrante de Fort Morgan se ha convertido en una bendición para los recién llegados, casi todos los cuales terminan viajes peligrosos para enfrentar nuevos desafíos: tramitar solicitudes de asilo; conseguir un salario que cubra la comida, un abogado y un techo; matricular a sus hijos en la escuela y gestionar una barrera idiomática, todo bajo la amenaza de deportación.
Naciones Unidas puso a la población, 129 kilómetros al oeste de Denver, como ejemplo de integración rural para refugiados después de que un millar de somalíes llegó para trabajar en plantas de procesamiento de carne a finales de la década de 2000. En 2022, grupos de base enviaron a los migrantes que vivían en casas rodantes al Congreso para que contaran su historia.
En el último año han llegado cientos de migrantes más al condado Morgan. En la única escuela secundaria de Fort Morgan se hablan más de 30 idiomas, hay traductores para los más frecuentes y un servicio telefónico para otros. Los domingos se oye español en los púlpitos de seis iglesias.
El cambio demográfico de las últimas décadas ha obligado a la comunidad a adaptarse. Las organizaciones locales celebran reuniones mensuales de grupos de apoyo, informan a alumnos y adultos sobre sus derechos, enseñan a otros a manejar, se aseguran de que los niños van a clase y derivan a gente a abogados de inmigración.
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