En el artículo anterior (https://www.elnacional.com/opinion/taxonomia-del-progresismo/) revisamos lo que se denomina hoy en día “ progresismo” eufemismo para denotar los movimientos pertenecientes a la ideología comunista, rebautizados así para llamar la estrategia de guerra cultural gramsciana con las ideas “woke”, haciendo así uso de las luchas identitarias como sustituto de la lucha de clases, haciendo, pues, un aggiornamiento del marxismo clásico presentado en aromas postmodernistas.
Para trazar la historia del progresismo en Colombia hay que acudir a la tesis del destacado analista Eduardo Mackenzie, quien en la extraordinaria historia de la subversión comunista en el país (“Las FARC: Historia de un terrorismo”, 2007), quien hace un análisis de la combinación de las formas de lucha: el Partido Comunista (Fidel Castro) armó los diversos grupos guerrilleros colombianos (principalmente las FARC) pero a la vez se presentaba como institución legal que hacía vida democrática.
Se remonta Mackenzie a la huelga bananera de 1928, manipulada por el comunismo, de la cual “los rastros de una verdadera insurrección popular, con ramificaciones armadas en otras regiones de Colombia, son visibles incluso en las obras que hacen apología de esta sangrienta aventura” (p 46).También hace Mackenzie una radiografía de El Bogotazo, basándose en la investigación de Serge Raffy sobre Fidel castro señala que “ para las autoridades norteamericanas él habría participado en el atentado contra Gaitán con el fin de desencadenar una revolución con la complicidad de los comunistas, en el marco de una acción subversiva internacional” (p. 123).
Finalmente, luego de hacer un pormenorizado viaje a la historia de las FARC concluye Mackenzie: “¿Los recientes progresos del Estado colombiano en la lucha antiterrorista pueden poner fin, a largo plazo, al horror inútil y bestial de las FARC? Ciertamente no… ¿terminarán las FARC formando parte de la convergencia neototalitaria global roja-parda-verde?” ( pp 553-557). Qué gran vaticinio el de Mackenzie.
Pocos años después de la publicación del libro, las FARC inician su nueva estrategia fácilmente asimilable a la convergencia por él predicha, las FARC convencidas por Fidel de la inutilidad de la lucha armada e incorporándose a la estrategia de Castro-Lula del socialismo del siglo XXI, comienza como lo propagó Iván Márquez, la utilización de la paz como leitmotiv para la toma del poder (https://repository.unimilitar.edu.co/server/api/core/bitstreams/50b34b50-816b-4792-8e3f-21edf953c884/content).
La llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia es la coartada para eso: las negociaciones de paz es un yo con yo en la cual el estado le cede el país al narcoterrorismo, le da impunidad, le permite continuar con sus crimines y negocios ilícitos, les da elegibilidad política y no le obliga a la retribución a las víctimas. Tenían pues así la partida ganada para convertir al comunismo (ahora socialismo del siglo XXI) en un movimiento sociopolítico que siguiese con la combinación de las formas de lucha, pero ahora desde un nuevo posicionamiento, el de un movimiento de protesta social que reivindique las exigencias de “los nadies” pero desde posiciones de dominio de la calle dada por el terrorismo urbano, que crea un estado de anarquía que lo catapulta al poder, como lo hizo también en Chile y Perú.
Obviamente por sí solo esto no es suficiente y acá es donde entra la guerra cultural preconizada por Gramsci: la izquierda se toma las instituciones de socialización, educación y cultura, para crear una hegemonía que debilita las fuerzas democráticas y le permiten imponer una narrativa dominante: la del progresismo, que precisamente muta la lucha de clases del marxismo clásico en luchas identitarias, como lo analizamos en el artículo anterior.
Esta narrativa dominante acobarda al liderazgo democrático, quien copia las consignas del progresismo y hasta las implementa, como se dio en los casos de Macri, Piñera y Duque. Este gobernó contra el uribismo que lo eligió, sin llegar al extremo de la traición de Santos, pero sí arrinconándolo en favor del establishment permeado por las ideas izquierdistas que ha dominado a Colombia, salvo en el gobierno Uribe. A días de tomar posesión Duque propulsa la consulta “anti corrupción” liderada por la izquierda y que sirvió de catapulta de Claudia López, implementó milimétricamente el acuerdo Santos-Timochenko que catapultó a las Farc (que repito sigue haciendo la combinación de las formas de lucha), y realizó una política absolutamente plegada a la “agenda 2030” del progresismo internacional.
Todos estos factores obviamente le dieron el triunfo al socialismo del siglo XXI, disfrazado de un movimiento de reivindicación social liderado por el guerrillero Petro (en su juventud en la lucha armada y luego en la lucha de destrucción de la democracia dentro del sistema), quien ahora profundiza la dictadura del farcsantismo, que respetó la institucionalidad, en una del PetroELNismo, que dará la estocada final a la democracia liberal, con un “proceso constituyente” que a través de asambleas populares, dominadas por el terrorismo rural del ELN y urbano de la Primera Línea, instaurará la dictadura del socialismo del siglo XXI, ¡y todo esto con el apoyo del establishment, como lo demuestra la participación del CD y los gremios en las mesas de diálogo con el narcoterrorismo¡
Se demuestra así, pues, que el comunismo ha tenido una estrategia coherente para la toma del poder: la combinación de las formas de lucha, llevó una guerra tradicional de lucha de clases marxista, que, con el discurso de la paz, se transformó en una estrategia de toma del poder dentro de los lineamientos del Foro de Sao paulo, de ganar el poder disfrazado de demócrata para una vez logrado este, destruir la democracia desde adentro. Esto se logra con la transformación de la lucha de clases en lucha identitarias, que desde la plataforma woke lleva a cabo la guerra cultural postulada por Gramsci.
La conclusión para Colombia es la misma que en el plano internacional hice en el anterior artículo:
“Esta guerra cultural la está ganando ampliamente la izquierda, en primer lugar porque los demócratas liberales no tienen una doctrina orgánica para enfrentar esta nueva versión de lucha planteada por los progresistas, en segundo lugar, porque como consecuencia de los anterior, no se tiene una narrativa que venza los mitos del progresismo y por último y principalmente, porque no se ha organizado ni a nivel nacional ni mucho menos en una internacional de movimientos democráticos liberales, ni se ha ganado las instituciones culturales (educativas, medios de comunicación, organizaciones culturales) o creado alternativas que enfrenten esta guerra cultural. Por eso el progresismo domina, al punto que todo lo que no sea progresista es fascista o ultraderecha, y los demócratas liberales se avergüenzan de no ser progresistas y copian sus lemas y programas, pero el pueblo prefiere el original a la copia, de allí el triunfo del progresismo frente a la democracia liberal en este siglo. Hasta que no se comprenda la naturaleza del problema y se actúe en consonancia los Sánchez, Mélenchon, Wagenknecht, Harris, Petro, Bolsonaro etcétera seguirán gobernando” (https://www.elnacional.com/opinion/taxonomia-del-progresismo/).
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