
Llovía como una clara invitación a Noé de zarpar en esa barca. Con todo, se llenó la sala donde, elegante, sobrio y sonriente, estaba sentado entre amigos, Rolando Peña, mejor conocido como el Príncipe Negro. Lo que íbamos a presenciar mas se acercaría a una obra de teatro que a una presentación de un libro.
Ocurrió el pasado jueves 20 de marzo a las 7:00 pm, nada mas y nada menos que en “La Central” del Museo Reina Sofia, el libro “Bienvenido a mi mundo del arte”, seria la excusa para una cita ineludible, pues la invitación incluía una conversación con Fernando Castro Flórez, quien se presentó con su camisa alegórica al arte y sus medias pop de Los Beatles, este maestro de la crítica y de la filosofía, conocido por sus pódcast, conferencias, curadurías y libros publicados, es uno de los más respetados dentro y fuera de España, no solo por su enorme elocuencia y fantástica memoria, sino por un humor único, del cual daría deliciosas muestras esa noche. Pero no estaría solo, acompañado de David Malaver, el editor de Kalathos, y de la diseñadora Karla Gómez, esposa y cómplice del autor, entre los asistentes se encontraban mezcladas mas de cuatro generaciones de amigos y seguidores, artistas de la talla de Javier Téllez, el editor de El Nacional, Miguel Henrique Otero, o el conocido y muy apreciado “Mago”, diseñador de afiches, carteles y libros de cine, teatro y dramaturgia, y toda disciplina donde Manuel González pueda ejercer su magia, entre otros. Madrid era una fiesta, no sabemos si bailable, pero sin duda memorable, y hasta navegable.

Rolando Peña, el Príncipe Negro, con el editor David Malaver. Foto: Andreína Mujica
Primer acto
Fernando Castro Flórez arranca conectando con la audiencia con un suave fondo de lluvia que no para desde hace semanas, días, instantes…
—Yo venía para acá evitando cualquier refinamiento musical, así que llevo escuchando a Karol G. de un tiempo para acá “Que hubiera sido, si yo te hubiera conocido, no serías mi amigo, sino mi marido” —pensaba—. ¿Qué puedo decir yo de Rolando Peña en esta segunda presentación que hago de su libro? Y pensé… pues debo comenzar así, ¿qué es esta vaina? Porque es muy importante la palabra vaina para los venezolanos, y es que ver a Rolando vestido de primera comunión con esa cara de que se lo está creyendo, pero saliendo el ateo, solo queda pensar: ¿Qué es esta vaina?.
El público no deja de reír. Cuando por fin se va calmando, nuestro sugestivo y florido presentador nos regala un cuento delicioso:
—Hace unos siete años me encontré con Julio Le Parc en París. Íbamos caminando y conversando cuando una señora irrumpe y pregunta:
—Ah, ¿es usted Julio Le Parc? ¡Está vivo!
Y Julio le responde:
—No, soy su hijo.
Los asistentes ya están acojonados de risa, y él remata:
—Lo peor es que el hijo también venía caminando con nosotros. Pensarían: “Pues el hijo de Julio Le Parc es muy viejo”.
Esta es la manera de introducir al crítico Guy Brett (curador londinense, gran figura del análisis del arte abstracto, cinético y óptico), quien en el año 2003 escribió sobre Peña:
—De la misma manera que Joseph Beuys lo logra con la grasa y el fieltro, Yves Klein con los monocromos, André Cadere con sus palos color arcoíris o Andy Warhol con las cajas de Brillo, Rolando Peña ha convertido al barril de petróleo dorado en un ícono y una alegoría de nuestros tiempos.
Segundo acto
Recuerdo cuando nos tocó presentar aquel combate de boxeo entre Domingo Sánchez Blanco y Charles Juhasz-Alvarado, el artista puertorriqueño, en el Museo de Arte de Puerto Rico. Estaba Sofía Ímber, era de baja estatura y con mucho carácter. Me dijo:
—Don Fernando, estos del boxeo que estén un poco separados.
Agregando, Sofía dirigió sus palabras a Boris Izaguirre:
—Cuidado, Boris, que son boxeadores. No vaya a ser que te metan una mano.
A lo cual Boris, que los vio tan guapos como encuerpados, respondió:
—A mí si me meten mano, me viene bien.
Fernando Castro conoce la cultura venezolana, la tierra venezolana y, sobre todo, a muchos venezolanos. Sofía Ímber no solo está presente en el libro, sino también en la sala, a través de la memoria de los asistentes y de los protagonistas.
—Peña distorsiona la percepción cultural, disloca las escalas de relación con el espacio, brinda nuevos horizontes en el establecimiento de los patrones que definen la experiencia estética —resolvía nada más y nada menos que Sofía Ímber en 1999.

La portada del libro. Foto: Andreína Mujica
Tercer acto
“Rolando en los años 40 ya tenía obra, lo cual es alucinante. Hay obras prenatales, lo cual está muy bien. En su currículum, Joseph Beuys cuenta de su primera exposición, el día en que nació: “Una herida fuertemente apretada por los bordes”, o sea, cuando cortaron el cordón umbilical. Luego, la segunda, titulada “Exposición contraída”, expone el resultado de una contracción, el estreno del pañal.
Así mismo, arranca este libro. Rolando pone una foto de su santa madre, años 40, y su primer happening: él de pequeño con máquinas de perforación petroleras, Maracaibo 1948.
Recuerda esos procesos en que los artistas buscan la relación con su madre, Rolando no es la excepcion, el también ha estado en muchos sitios, pero como decía Freud: “Uno ha estado en muchos sitios, pero uno, con propiedad, solo ha estado en el seno materno”. Me recuerda también “La chambre claire” (La cámara lúcida), cuando Barthes busca la única fotografía que tiene importancia, con su madre en un jardín de invierno, o la otra en la que sale de nuevo con su madre, ya mayor, quien ya no aguanta el peso del niño. Esa relación madre-hijo, siempre presente, es muy relevante para los artistas.
En los 50, su segundo happening, es un poco hippie: el día de su primera comunión. Publicar en un libro una foto de la primera comunión, hay que tener una cachaza increíble.
Rolando viene de las artes escénicas y del mundo de la danza. El teatro junto a José Ignacio Cabrujas fundaron la “Pequeña Compañía”, Teatro y Danza en el TEA (Teatro Experimental de Arquitectura) con la cual monto el célebre “Testimonio”.
Cuarto acto
“Los maravillosos sesenta”, así le llama Rolando. De paso, acaba de salir un libro muy interesante sobre las transformaciones del arte en 1964 (el nuevo libro de David G. Torres), los sesenta en España, se caraterizaron por la primera acción d’Arts, el primer happening en España; Warhol en la Stable Gallery; Seis años de la desmaterialización del objeto, de Lucy Lippard; las cajas de estropajo Brillo (Brillo Box (Soap Pads), 1964); el nacimiento de Fluxus; el minimal; Robert Smithson; los años del conceptual de Robert Morris, de tantos.
Entre los 50 y los 60, John Cage toma el mando en Darmstadt, lo contaba Juan Hidalgo, quien tuvo un desencuentro con Adorno y un encuentro revelador con Cage. Luego, Rolando también tendría un encuentro revelador con Cunningham y otro, sin duda, con Cage.
Aquí es donde está con el baile moderno y se acerca a Martha Graham, el photomatón, acciones performáticas, su primer espectáculo multimedia en Caracas, de nuevo, Testimonio, el homenaje a Henry Miller. Son los años de La iluminación de Buda, primer espectáculo psicodélico en Nueva York, con Allen Ginsberg. Realmente se embebe en los debates del momento.
Los sesenta tambien Rolando crea “The Fundation for the Totality” con Juan Downy, son Los encuentros en The Factory con Andy Warhol, de quien se han tenido muchas lecturas simplificadoras. Tiene una constante reflexión sobre la vanidad, la mortalidad, la finitud, la sexualidad. Recuerdo el libro de Douglas Crimp, El Warhol que merecemos, un Warhol queer que tardaron bastante tiempo en reivindicar.
También la acción del Che Guevara, la pelicula que hizo Rolando, siendo él mismo El Che, las cercanías y reflexiones de mayo del 68, los sesenta de la descolonización, de la nueva izquierda, el feminismo, de la introducción de la raza en el marxismo, del castrismo, del maoísmo cultural, que lo veíamos en París con la gente que salía con el pequeño libro de Mao. Periodizar los 60, de Fredric Jameson, lo vemos en Cahiers du Cinéma, esos 60 que siguen siendo un lugar desde donde reflexionar.

Rolando Peña y Karla Gómez. Foto: Andreína Mujica
Quinto acto
Ya los 70, él mismo dice que son tiempos de reflexión y búsqueda, enfrentamiento del ego y los mitos. Ahí hay muchísimas obras que todavía están pendientes de interpretación, pues lo que sucede con Rolando es que toda la inercia teórico-crítica se ha centrado en el barril de petróleo y se ha quedado ahí fijado.
Este periodo se preocupa por la santería, las relecturas sobre cuadros clásicos como Las meninas o El nacimiento de Venus de Botticelli, o esas reflexiones sobre la ritualidad.
Los 80, periodo de turbulencia: es odio, amor, desprecio y pasión. Aquí ya consigue consolidar el lenguaje definitorio: los balancines, la torre petrolera con las Torres Gemelas en Nueva York, el bidón de oro con su carácter ambivalente, fuente de la energía, de los beneficios, pero también es aquello que, centrándose únicamente en eso, genera la descomposición del propio sistema social y económico.
Hoy podemos ver el trabajo de los años 80 en relación con el debate contemporáneo del extractivismo y de la estética fósil, no Rolando, la estética. Hay una relación intuitiva, pero ya apunta a cómo esas energías deben ser sometidas a una revisión y la actitud de Rolando de “El petróleo soy yo” y la consolidación del personaje del Príncipe Negro.
Los 90 son años de búsqueda de verdades existentes, la aparición de lo virtual, de intentar ir más allá de los prejuicios, del meme digital, incipiente en este tiempo.
Ahí aparece la preocupación entre arte y ciencia, el modelo estándar de la materia, que es una síntesis de lo que ha sido el siglo XX. Toda su meditación sobre los quarks, los bosones, los leptones.
Ya en los dos mil sigue con la ciencia y la tecnología, ya es El barril de Dios, hace el pabellón de Venezuela en Venecia.
Hay que decir que cada vez que uno va al Pabellón de Venezuela en Venecia, una creación de Carlo Scarpa, se produce una tristeza alucinante: se te cae el alma a los pies. Es la ruina del espacio, el deterioro, el abandono. La propia selección de los artistas es un escándalo absoluto.
Sexto acto
Son años de múltiples acciones. Desde 2010, años de presagios visionarios, son años en que vuelve a lo pictórico. El bosón de Higgs. Nos encontramos con todo un proceso donde vamos desde la madre y el photomatón hasta un nuevo photomatón en Barcelona.
Estos años con Karla son años felices. Ahora, juntos en España, que nos enriquecen. Ha hecho proyectos con la Galería Baró, entre tantas cosas.
El libro es un documento donde uno familiarizarse con Rolando Peña y su obra, el esfuerzo de hacerlo en distintas lenguas, la organización y los distintos texto de crticos, amigos, curadores, es un libro importante.

Rolando Peña. Foto: Andreína Mujica
Estribillo
Ahora bien, busqué en Wikipedia y es el horror, nos define a Rolando como un artista conceptual venezolano. Rolando Peña es lo menos conceptual que conozco. Es una maldad, como decía Borges, contando cómo llegó un tío y se presentó: “Soy un pensador navarro”. Bueno, eso es una contradicción de términos: o se es navarro o se es pensador.
De nuevo, el público aplaude mientras se rie a carcajadas.
Continua Fernando, igualmente, Rolando nunca ha sido de la filosofía del lenguaje. Hoy esa palabra es un pozo sin fondo, es la palabra comadreja.
En su trabajo, Rolando nunca desmaterializa el arte. Yo me atrevo a decir que es material. Materialista histórico. Tiene que ver con el fosilismo, con las materias fósiles.
Sabater contaba que una vez que fue a México, estaba frente a una obra donde hay un cartel que dice: “Prohibido a los materialistas instalarse en lo absoluto”. Se refería a los que llevan las carretillas de cemento, que no las dejaran por el medio.
Eso es Rolando Peña: él lleva cosas, bidones de petróleo, él transporta el modelo estándar de la materia. Se preocupa por lo material.

Karla Gómez. Foto: Andreína Mujica
El cierre
Toma la palabra Karla agradeciendo la asistencia y la oportunidad que le dio Rolando de hacer este libro; de inmediato el editor, David Malaver nos comenta visiblemente emocionado “Los venezolanos vamos dejando memoria y constancia de lo que hemos hecho. Este libro es una joya. No crean que cualquier libro entra en La Central. Creo que hay mucho mérito”.
Fernando Castro Flores remata: “Este libro es un ejercicio de resistencia cultural. La lucha sigue, la pasión cultural continúa”.
Sigue lloviendo, los asistentes saludan a Rolando, rodean a Fernando, felicitan a Karla y a David, pero sobre todo, se van reconociendo como el país que fuimos, ese con el que caminamos, el que sigue siendo en nosotros.
Por Andreína Mujica. Especial para El Nacional.
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