En estos tiempos en que la inmediatez de la información debería impulsarnos a actuar, se impone una pregunta incómoda, ¿por qué elegimos la indiferencia? Mientras algunos se baten en la lucha por la justicia, otros optan por desentenderse, refugiándose en el cómodo anonimato del olvido. La indiferencia no es solo una actitud pasiva; es la complicidad silenciosa que permite que la injusticia se perpetúe.
La historia no nos perdona. Durante años se ha demostrado que, cuando una sociedad decide ignorar el dolor ajeno, se encamina a la autodestrucción. El sufrimiento, lejos de ser un fenómeno aislado, se extiende como una mancha sobre el tejido social. En Venezuela, por ejemplo, la crisis humanitaria no se reduce a cifras o estadísticas, se plasma en rostros marcados por la desesperanza, en familias desgarradas por la pobreza y en sueños abandonados en un rincón olvidado. Negar esta realidad es, en esencia, renunciar a nuestra capacidad de empatía y a la responsabilidad que nos impone la historia.
No se trata de una mera cuestión de datos o de lejanos titulares. La indiferencia abre paso a regímenes autoritarios y a sistemas que se alimentan del sufrimiento. Cada vez que giramos la vista, concedemos poder a quienes se aprovechan de la desconexión social. La inacción se traduce en la consolidación de injusticias que, más adelante, se cobrarán su precio en forma de retrocesos políticos y sociales.
La pregunta, por tanto, es ineludible, ¿cuánto más seremos cómplices del deterioro de nuestras sociedades? El lujo de la indiferencia es la puerta abierta a la opresión, y no es un capricho del destino, sino una consecuencia directa de nuestra pasividad. La historia, esa maestra severa pero justa, nos advierte de que olvidar las lecciones del pasado es condenarnos a repetir sus errores. No podemos permitir que la inercia nos convierta en espectadores pasivos de nuestro propio declive.
La solución radica en la acción y en el compromiso personal. Debemos recuperar la mirada crítica y asumir la responsabilidad de enfrentar las realidades incómodas. Solo así lograremos romper el ciclo de la indiferencia y construir, a partir del reconocimiento del dolor ajeno, una sociedad que valore la justicia y la dignidad humana.
La indiferencia, lejos de ser un estado de ánimo inofensivo, es el preludio de un destino compartido en el que nadie queda indemne. El silencio ya no nos sirve; cada instante de inacción consagra el triunfo de la opresión. La realidad exige compromiso para romper el letargo y reclamar nuestro futuro. Porque la verdadera revolución comienza cuando dejamos de mirar hacia otro lado y decidimos, con convicción, que el precio del olvido es demasiado alto para pagarlo.
Pedro Adolfo Morales Vera es economista, jurista, criminólogo y politólogo
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