
“Sanoja sabía muchísimo y, además, lo anotaba y registraba todo con suma modestia, como corresponde a alguien dedicado y serio en su oficio. Un notario de archivos secretos y desmesurados”
Por JUAN PABLO GÓMEZ COVA
Ciertamente era extraño sobre toda extrañeza, y no ocuparé espacio intentando explicarlo, que mientras en todas las demás líneas de investigación teníamos que habérnoslas con fantasmas y polvo, meros ecos de ecos, no hubiéramos prestado atención a la única fuente viva de información que se había demorado hasta nuestro tiempo.
Los papeles de Aspern. Henry James
Es posible que, en la poesía venezolana, quien ha estado más cerca de crear a un poeta de verdad (sin heteronimias) haya sido Jesús Sanoja Hernández. En 1977, aparece en Monte Ávila la Antología poética de Salustio González Rincones, un auténtico hito editorial. La obra fue reunida y prologada por Sanoja y contiene “material” inédito. Que conste que esto lo digo como pura especulación gratuita —que me genera placer—, y, sin embargo, responde a mi primera impresión genuina: ¿y si Sanoja se inventó los tres primeros poemarios de Salustio? ¿Y si, al menos, modificó algún poema, algún verso?
Ya Henry James, Nabokov, Borges y Perec (después Bolaño) habían sofisticado narrativas en las que la obsesión por la figura del poeta o del hacedor se iba convirtiendo en riqueza creativa mientras devoraba los sesos del obsesionado admirador. La poesía de Salustio acaso sea una de las más dignas de culto en nuestro país: es audaz, provocadora, retorcida, difícil, paródica y, lo más importante, pasó por debajo de la mesa durante décadas. La irrupción de su poesía o su redescubrimiento ameritaba una enjundia acorde al suceso. Ese prólogo ideado por Sanoja siempre me pareció enrevesado y elusivo. Un gran estudio del contexto y de la poesía de Salustio en términos formales, pero demasiado áspero para atraer y estimular a nuevos lectores. Si toda la poesía contenida allí es genuina, entonces el prólogo de Sanoja es sólo correcto; pero si algo (aunque sea un verso) fue intercalado por el ingenio del antólogo, entonces el prólogo es una magnífica obra de arte, una genialidad.
Sanoja sabía muchísimo y, además, lo anotaba y registraba todo con suma modestia, como corresponde a alguien dedicado y serio en su oficio. Un notario de archivos secretos y desmesurados. Como un Carlos Sandoval de antes. No creo que haya habido alguien que elaborara con mayor exhaustividad un inventario lírico tan extenso en nuestro país como el que archivaba Sanoja. ¿Cómo no iba a sentir la tentación de “intervenir” después ese mismo inventario? Hay una novela escondida en los recónditos caminos que llevaron hasta esa antología, cosas que nunca sabremos del todo. Puede que sea parte del propio juego “estrambótico” de Salustio, que supo contagiar a su gran compilador en la posteridad. Quién sabe.
A Salustio, como a Cervantes, lo que le gustaba de verdad era el teatro, por eso toda su poesía tiene mucho de irreverente performance. Su carácter creativo era versátil, y desbordaba curiosidad. Su proceso de “huida” hacia Europa forma parte de su puesta en escena vital, de la que su poesía es un registro más. Que después la crítica descubra su adelanto, su modernidad, su rareza, sus vínculos simbólicos de precoz vanguardista que se impulsó en el modernismo… todo esto es anecdótico. Salustio es en sí mismo toda una literatura, o quizás él hubiese preferido que se dijese “toda una dramaturgia”. La antología poética compilada, explicada y “elaborada” por Sanoja amerita especulaciones novelescas que ahonden en las poéticas de ambos creadores. Salustio me recuerda esa bonita frase de Nietzsche: ¿no va siendo hora de que abandonemos nuestra inmadura pretensión de ser artistas para convertirnos por fin, nosotros mismos, en auténticas obras de arte?
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