«La instrucción es la felicidad de la vida, y el ignorante, que siempre está próximo al revolverse en el lodo de la corrupción, se precipita luego infaliblemente en las tinieblas de la servidumbre» SIMÓN BOLIVAR.
Insultos, palabrotas, vituperios y vulgaridades que harían sonrojar al más avezado, se ha convertido en la principal arma del régimen chavista, como consecuencia de la falta de una verdadera vocación y oficio en la política.
Hoy somos testigos de cómo, ante la falta de argumentos válidos, Maduro y personeros del régimen y del partido oficialista, se limitan a los lugares comunes, las descalificaciones de siempre y cada vez que es posible, a la vulgaridad y el insulto.
Lejos de atender los verdaderos problemas políticos que enfrenta la nación, la actitud de Maduro desvía la atención y convierte la política en un circo muy grande , barato a más no poder, y la verdadera tragedia es que la calidad de la democracia y de la cultura política nacional brilla por su ausencia, por lo que no es casual que las redes sociales, sean hoy por hoy, tribuna abierta en la que se recogen todos los vituperios, groserías y vulgaridades que a diario expresan los llamados socialistas del siglo XXI.
Está claro que estas actitudes vulgares se convierten en credo, y particularmente auspician situaciones verdaderamente deleznables. Por ello podemos observar cómo algunos personeros del régimen y el propio Maduro, defienden posturas verdaderamente calamitosas, que representan el retorno del fascismo que tanto achacan a la oposición, en sus deslenguados actos populistas y proselitistas.
El nivel en el debate ha decaído, más aún después de las elecciones, en las que el candidato de la oposición Edmundo González logró el voto mayoritario del pueblo venezolano para su desempeño al frente de los destinos de la patria, a quien Maduro, Cabello, los hermanos Rodríguez y otros lo tildan de criminal, cobarde y prófugo, al igual que a María Corina Machado, indiscutible líder de la oposición.
La gente en la calle comenta con sobrada razón, para qué entonces se aprobó la fulana Ley contra el Odio, si al ciudadano común por tuitear un mensaje en las redes sociales se le acusa de incitar al odio, en tanto que desde el poder criminalizan y exponen al escarnio público a honorables personas, solo por el simple hecho de ser adversarios políticos.
Ni hablar del escatológico vocabulario que utilizan personas que han hecho de la televisora del estado, Venezolana de Televisión, un reducto en el que mantienen seudos programas de «opinión», en los que se expresan con las más vulgares groserías y expresiones, como si estuviesen en el patio de su casa, exhibiendo de esta manera su poca educación y formación moral.
Al margen de toda consideración ideológica o ética, existe la idea de que ciertos cargos, como el de jefe del Estado o de Gobierno, aquí y en todas partes del mundo, poseen una dignidad patente en diversos aspectos, uno de ellos el lenguaje. No tienen los presidentes, primeros ministros y soberanos en general, la libertad de emplear cualquier tipo de lenguaje. Podrán hablar en su estilo, pero éste tiene límites y la tolerancia ante ello no puede ser infinita.
La procacidad de ese lenguaje a veces va dirigida expresamente a determinados fines, pero al mismo tiempo es expresión de una complacencia intrínseca en la personalidad del sujeto. Lo procaz y escatológico de ese lenguaje, es una más de las manifestaciones de violencia y no de la paz que tanto pregona Maduro y sus acólitos.
Francisco Javier Pérez, joven y brillante académico de la lengua, escribió sobre el tema un precioso libro, titulado El insulto en Venezuela, publicado por la Fundación Bigott en 2005, que refiere abundantemente este tema, el cual en épocas pretéritas los insultos eran proferidos por personas cultas, de modo que en ellos iba la impronta de un exquisito dominio del idioma. Muy al contrario de lo que ahora ocurre, cuando escuchamos por boca de un presidente, un lenguaje marcado por la vulgaridad, la chabacanería, lo escatológico y la ignorancia de su propia lengua.
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