Lo que hemos vivido esta semana con la caída y el fusilamiento público de Íñigo Errejón Galván es un perfecto ejemplo de cómo procede la extrema izquierda en la que hace tiempo que sostengo que está plenamente integrado el Partido Socialista Obrero Español. Sin matices. No voy a hacer un recuerdo detallado del origen de su movimiento político que surgió en la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011, meses antes de que el Partido Popular lograra una mayoría absoluta en las Cortes, donde ellos no consiguieron representación.
Él fundó Podemos con Pablo Iglesias y otros que a estas alturas también son caídos por la causa. Nunca ocultaron su radicalidad y hubo un amplio sector de la sociedad española que les aupó con cinco escaños en las elecciones europeas de 2014 y llegarían a tener 71 escaños en las elecciones generales de junio de 2016, a solo 14 escaños del PSOE de Pedro Sánchez. Lo nunca visto en una izquierda española en la que parecía posible el sorpasso del partido que representaba la extrema izquierda. Un Sánchez para el que la ideología es irrelevante para sus intereses personales —no tiene otros— ha asumido las posiciones más radicales de izquierda para ir robando ese voto a Sumar y Podemos y poder así compensar por la izquierda los votos que pierde por la derecha.
Lo que hemos visto esta semana es que ahora resulta que todo su entorno en la coalición de Gobierno sabía que Errejón era un abusador sexual y una persona con problemas de consumo de sustancias digamos que tóxicas, por no decir algo peor. Yo admito que eso puede ser una enfermedad y que nadie debe ser perseguido por patologías ajenas a su voluntad. Pero habrá que reconocer que algunos han sido responsables de mantener a Errejón en esos puestos de responsabilidad durante meses o años sabiendo del uso perverso que él podía hacer de esa posición política.
Vivimos un caso con componente sexual que se suma a otros ya conocidos. Este gobierno que ha hecho bandera de la defensa de los derechos de la mujer, compitiendo entre los tres partidos que han gobernado con Sánchez —PSOE, Podemos y Sumar— por ver quién era el que llegaba más lejos, ha resultado ser en realidad una coalición de gobierno que une a maltratadores, consumidores de prostitución con dinero público y familiares que se benefician de un negocio de prostitución masculina. Lo que, moralmente, digamos que es al menos una mijita más reprobable que el que tu novio esté sometido a una inspección de Hacienda.
El examigo de Errejón, Pablo Iglesias, ha dicho ahora que «de esto se hablaba hace ya un año». Probablemente sea cierto, aunque admito que yo no me enteré. La pregunta es si se hablaba de ello, ¿por qué no le denunció nadie? Mi respuesta a esa pregunta solo puede argumentarse con la lógica. La verdadera lógica histórica. El estalinismo perfecto sigue en vigor dentro de la izquierda española. Como se hacía en los días más oscuros de la tiranía soviética —y del nazismo— se espía la vida privada de todo aquel al que se pueda chantajear por razones de poder. Se van acumulando datos, y cuando se considera que interesa, se le echa a los leones para ser devorado. En primer lugar, por sus conmilitones y por los medios afines que hasta hace tres días lo ensalzaban como un líder preclaro. Y así conseguimos que no se hable de otras cosas que nos incomodan mucho. Ni Begoña, ni Azagra, ni Aldama, ni tantas otras cosas. Ahora a Errejón ya solo se le considera carroña para distraer la atención y que los buitres se den un festín. Pero tengan cuidado. Las políticas medioambientales de este Gobierno —y esto no es una metáfora— están convirtiendo a los buitres de carroñeros en rapaces. Aténgase a las consecuencias de sus actos.
P.S. ¿Se acuerdan de la campaña que le montaron al presidente de la Federación Española de Fútbol por un beso en la boca en público a una jugadora que estaba abrazada a él? Pues por las reacciones habidas en la izquierda española, aquello debía ser mucho más grave que lo que hacía Errejón tras cerrar la puerta con llave.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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