
Desde que cruzamos las puertas de la Embajada de Argentina en Caracas, ahora bajo la protección de Brasil, nuestras vidas han estado marcadas por la permanente tortura física y psicológica, así como por una inquebrantable lucha por la libertad.
Cinco perseguidos políticos, cada uno con un sueño de justicia, nos encontramos en este espacio como testigos y blanco de las crueldades de la tiranía de Maduro.
El bloqueo prolongado de electricidad, agua y otros servicios básicos se ha convertido en una tortura que agota nuestros cuerpos y nuestros espíritus, un intento explícito de someter nuestras voluntades.
Recuerdo la primera vez que la luz se apagó.
Al principio, fue solo una molestia; pensábamos que era un corte temporal.
Pero los días se convirtieron en semanas y en meses, y la oscuridad se volvió nuestra compañera constante.
Sin electricidad, prácticamente todos los servicios se detuvieron, el agua en grifos y regaderas se esfumó, y comenzamos a vivir en medio de insomnios, nubes de zancudos y del sofocante calor.
Cada vez que escuchamos el sonido del generador de emergencia, una chispa de esperanza se encendía, pero al poco tiempo éste también se apagó definitivamente.
El agua igualmente se volvió un recurso muy escaso.
Cortaron el servicio de agua corriente y la policía de Maduro prohibió el ingreso a esta sede diplomática de los botellones de agua potable para beber.
La lucha por sacar un poco de líquido del fondo sucio y lleno de alimañas del tanque de la embajada se convirtió en una rutina diaria, una metáfora de lo que queremos: sobrevivir, resistir y no rendirnos.
La falta de estos servicios esenciales no solo afecta nuestras necesidades elementales, sino que también atenta contra nuestra salud física y mental.
Somos conscientes de que esta estrategia busca desgastarnos, hacer que caigamos de rodillas para que nos entreguemos a los esbirros de Maduro, pero nuestra determinación se fortalece con cada reto.
Según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, esta situación puede ser catalogada como un crimen de guerra.
Este tipo de torturas infligidas a civiles, como nosotros, son consideradas penalmente como un método de guerra inaceptable.
Ni hablar de la violación de la Convención de Viena y de los tratados que regulan el tema del asilo diplomático. Eso es letra muerta para la dictadura de Maduro y para el cuerpo diplomático acreditado en Venezuela.
Pero no quiero que nos vean solo como víctimas. Somos símbolos de resistencia.
La lucha de cada uno de nosotros es un grito por la libertad y la dignidad de los millones de venezolanos que sufren bajo la opresión.
Hoy, en la penumbra de nuestra prisión amenazada y asediada, reafirmamos nuestro compromiso de no ceder ante la presión.
La historia recordará este momento como un capítulo de rebeldía y resistencia.
A través de la adversidad, hemos encontrado una solidaridad inquebrantable con ese pueblo que sufre y entre nosotros.
Aunque la oscuridad nos rodee, continuaremos luchando por la luz, no solo para nosotros, sino para toda Venezuela.
La libertad es una llama que nunca se extinguirá en nuestros corazones.