El poder rara vez camina con el saber, ese primer paso para alcanzar el umbral de la sabiduría; tal vez por eso los sabios tienden a confrontar aquello que significa, o representa, autoridad.
Los “progres”, como les gusta ser llamados ahora a los de “izquierda”, suelen atribuir a Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi, aquello de: “Cuando oigo la palabra ‘cultura’, echo mano a mi pistola”. Hay otros que presumen de eruditos y aseguran que fue pronunciada por Heinrich Himmler, el temido líder de las Schutzstaffel, o SS, la principal agencia de seguridad, vigilancia masiva y terrorismo de Estado dentro de la Alemania nazi y en los territorios ocupados en Europa.
La verdad es que esa frase proviene de la obra de teatro Schlageter escrita en 1933 por el dramaturgo alemán Hanns Johst. Esta pieza, en homenaje a Albert Leo Schlageter, un héroe de la Primera Guerra Mundial y considerado un mártir por los nacionalsocialistas. En esa obra el personaje Thiemann dice: “(…) ¡Yo disparo con municiones reales! Cuando oigo la palabra cultura… ¡quito el seguro de mi Browning!”.
Si hacemos extensiva la palabra cultura a todo lo que significa saber, veremos la lucha feroz con la fuerza de una malentendida soberanía popular, que convierte en alcaldes, diputados y jefes de Estado a cuanto bárbaro bien hablado podamos imaginar. Ello les otorga ser defendidos e impuestos por efectivos militares y policiales, para maltratar a rabiar todo aquello que represente conocimiento, sensibilidad y creatividad.
No hay ante ellos nada más peligroso que un pensador o un creador, ambas caras de una misma moneda. Es cuando el humor, manifestación superior de la inteligencia, convierte a esos asnos en pasto que se terminan comiendo entre ellos mismos.
Los chistes de la gente común y corriente, y allí se cumple a cabalidad aquello de que la voz del pueblo es la voz de Dios, o las líneas escritas por los creadores libres, o los “memes” de ahora en las redes sociales, son manifestaciones de esa misma lucha de la gnosis contra la imbecilidad.
Dura pelea, porque infinitas veces los pactos y acuerdos, fuera de la vista pública, permiten que los repartos de cuotas de ese poder sea una partición entre crápulas. No importa donde digan estar, bien a la izquierda, o a la derecha, son parte de una secta, una oscura cofradía, en la que las prebendas se reparten y/o comparten al ritmo de: Quítate tú pa’ ponerme yo. Por eso las caras de asombro cuando la sabiduría, sobreponiéndose a la debilidad, hace milagros como el de Edmundo y María Corina.
© Alfredo Cedeño
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