Natalia Arriaga
Madrid, 10 jul (EFE).- Con decorosas faldas por debajo de la rodilla, las piernas ocultas por unas medias blancas y una raqueta de madera en la mano, este domingo hará exactamente un siglo que las tenistas españolas Lilí Álvarez y Rosa Torras se presentaron en el Estadio de Colombes para participar en los Juegos de París 1924 y se convirtieron de esa manera en las primeras deportistas olímpicas españolas de la historia.
Cien años después, en París 2024, sus herederas Sara Sorribes y Cristina Bucsa disputarán en Roland Garros sus partidos empuñando ligeras raquetas de grafito, vestidas con prendas cortas, coloridas y ajustadas y convertidas en profesionales de su deporte.
Álvarez y Torras fueron las primeras y las únicas españolas en 1924, porque otras dos jugadoras inscritas, Isabel Fonrodona y María Luísa Marnet, no llegaron a competir.
En cambio, Sorribes y Bucsa viajarán a París acompañadas por otras 190 mujeres, el 50,2 % del equipo olímpico español, en el que por primera vez habrá más mujeres que hombres.
El debut femenino de España en un escenario olímpico pudo ocurrir antes, en 1920, cuando ‘Panchita’ Subijana y Lily Rózpide, también tenistas, fueron convocadas para la cita de Amberes. Pero ninguna se desplazó finalmente a Bélgica.
Así que les cupo a Lilí Álvarez y a Rosa Torras ese honor, que aprovecharon al máximo, porque participaron en 1924 en los tres torneos: individual, dobles y dobles mixtos.
Torras ganó su primer encuentro individual y perdió en el siguiente, en octavos de final. Álvarez llegó hasta los cuartos de final, disputados el 17 de julio.
En dobles femeninos perdieron a la primera y en mixtos Lilí Álvarez y Eduardo Flaquer pasaron una ronda, hasta octavos, y Torras y Ricardo Saprissa fueron eliminados en su estreno.
Torras viajó a París con bronquitis y en Colombes disponía de un infiernillo junto a la cancha para inhalar vahos entre juego y juego.
Según expresan los autores Alejandro Leiva y Antonio Sánchez Pato en el libro ‘El Olimpismo en España. Una mirada histórica de los orígenes a la actualidad’, «la propia Lilí Álvarez en sus notas autobiográficas nunca dio especial relevancia» a su participación en París, por lo que «probablemente estas deportistas no fueran conscientes de la auténtica transcendencia» que para el deporte femenino supuso su presencia en aquella edición.
Hubo que esperar 34 años, hasta 1960, para ver a alguna otra española competir en los Juegos Olímpicos. La Guerra Civil y la dictadura franquista cayeron como una losa sobre el incipiente deporte femenino en España, que resurgió a duras penas a finales de los cincuenta.
Once mujeres acudieron a los Juegos de Roma, en tres deportes: gimnasia, natación y esgrima.
En aquel grupo figuran nombres emblemáticos como los de las nadadoras Isabel Castañé y Rita Pulido, que compitieron con 14 y 15 años, o los de Elena Artamendi, luego destacada dirigente de la gimnasia catalana, y María Shaw, además de esgrimista destacada física.
En Tokio 1964 y México 1968 la presencia fue casi testimonial, con tres y dos nadadoras, respectivamente. Repitieron en la capital japonesa Pulido y Castañé, acompañadas por Asunción Ballester, y compitieron en México Mari Paz Corominas, que fue finalista en 200 m espalda, y Pilar von Carsten.
Múnich’72 solo registró la participación de cinco españolas, entre ellas la pintora María Teresa Romero, que fue decimotercera en tiro con arco.
Los Juegos de Montreal’76 contaron con la primera representante española en atletismo, la recordada Carmen Valero, entre un equipo de once mujeres.
Pese a la apertura propiciada por la recién estrenada democracia, para las mujeres deportistas las cosas iban despacio y en Moscú’80 se bajó a nueve representantes, limitadas a la gimnasia -Aurora Morata, que era campeona de España y de los Juegos Mediterráneos, estaba en el equipo-, la natación y los saltos.
Los Ángeles 1984 y Seúl’88 registraron incrementos importantes que prepararon el terreno para el gran cambio que supondría Barcelona’92.
Teresa Rioné (atletismo), Laura Muñoz (gimnasia artística), Marta Bobo (rítmica), Ana Tarrés (sincronizada)… las 16 deportistas que viajaron a Los Ángeles ya disfrutaban de predicamento entre los aficionados, y más aún las 29 que compitieron en Seúl, con la siguiente edición, en casa, ya en la mente de todos: Eva Rueda (gimnasia artística), Blanca Lacambra, Sandra Myers, Rosa Colorado, Maite Zúñiga (atletismo), Gemma Usieto (tiro), Arantxa Sánchez Vicario (tenis) o Silvia Parera (natación) formaron parte de aquella expedición.
El plan ADO de preparación de los Juegos de Barcelona demostró que, a igualdad de trato, de condiciones económicas y de preparación, las deportistas españolas también estaban listas para subir al podio.
Compitieron 125 y llegaron por fin las medallas, precedidas unos meses antes por el bronce de Blanca Fernández-Ochoa en los Juegos de Invierno.
Los oros de las judocas Miriam Blasco (la primera en el tiempo) y Almudena Muñoz, de las regatistas Theresa Zabell y Patricia Guerra y de la selección de hockey hierba (único equipo femenino español que a día de hoy ha sido campeón olímpico), las platas de Carolina Pascual en rítmica, de Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez en dobles de tenis y de Natalia Vía-Dufresne en vela y, finalmente, el bronce de Sánchez Vicario en individual conformaron un panorama difícilmente imaginable una década antes.
El ‘efecto Barcelona’ se extendió hasta Atlanta’96, con 93 mujeres clasificadas y seis medallas ganadas en gimnasia rítmica, vela, tenis y judo.
En Sídney 2000 se volvió a superar el centenar de participantes, una barrera que ya no ha tenido vuelta atrás: 139 en 2004, 121 en Pekín, 111 en Londres, 144 en Río, 137 en Tokio. Si hasta 1992 el porcentaje de hombres del equipo español siempre había superado el 87 %, las mujeres eran ya más del 40.
María Vasco logró la primera medalla femenina en atletismo, con su bronce en 20 km marcha en Sídney; en la misma edición llegó el bronce de Nina Zhivanevskaya en natación. En 2004 llegó el primer podio femenino, el único hasta ahora, en gimnasia artística gracias a Patricia Moreno y su bronce en suelo, entre otros éxitos de las españolas. Y en Pekín 2008 se incorporaron al podio deportes como la halterofilia, con Lidia Valentín, y la natación sincronizada.
Un salto similar en importancia al de Barcelona se produjo en los Juegos de Londres 2012, cuando las olímpicas españolas prácticamente doblaron en medallas a sus compañeros, 13-6.
En Río 2016 se mantuvo la superioridad (9-8) y en Tokio 2020 volvieron a bajar a 6 las medallas con firma femenina, más la mixta en tiro.
Fueron los años de Mireia Belmonte, de Maialen Chourraut, de Marina Alabau, de Ruth Beitia, de Carolina Marín, de Sandra Sánchez, de Teresa Portela… Pero también fue trascendental el paso dado por los deportes de equipo: platas en waterpolo y baloncesto, bronce en balonmano.
Con la clasificación para los Juegos de París 2024 de la selección española de fútbol, de la boxeadora Laura Fuertes, de la pentatleta Laura Heredia, de las surfistas Nadia Erostarbe y Janire González y de la escaladora Leslie Romero, el deporte femenino español solo tendrá pendiente la participación en la disciplina de nueva incorporación, el breaking.
En cuanto a medallas, un siglo después de aquel estreno en París 1924 las españolas ya tienen metales en 19 deportes olímpicos. EFE
nam/lm