No es un título para un artículo porque lo dice todo. Pero, ¿por qué dejar en ascuas al lector? Vayamos al grano: nuestro Bolívar, no fue creativo con su decreto de “guerra a muerte” y confiscar los bienes de realistas y patriotas, afectos a la corona. Los romanos se adelantarían, al calificar como delitos de “lesa humanidad” a los que perturbaran la paciencia del emperador. Imaginemos tirarse un “pedo”, ¿cómo llamarían los españoles a un gas digestivo, delante de ellos? ¡Foo!, diría un amanuense. Ahora las llamadas “redes sociales” invaden las conciencias sin mirarse en los discursos politiqueros de algunos. En el depredado espectáculo de la política, y más reciente no ha podido ser el discurso del electo presidente Donald Trump, porque el venezolano desde la llegada al poder de Hugo Chávez es sencillamente vulgar, prototipo del lenguaje de los integrantes del Tren de Aragua. ¿Y qué se puede esperar de una dirigencia ágrafa, leyendo el ensayo La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa?
Resulta que ahora, los plumarios legislativos de la siempre justicia republicana venezolana “copia y pega” de melindrosas doctrinas o jurisprudencia de papelillo les ha dado por penalizar todo cuanto un mosquito les pueda picar porqué, el régimen militarista civil venezolano (olvidémonos del chavismo y madurismo) preciso, la “delincuencia organizada” a descubierto en la perversa tecnología la aplicación maquiavélica de manipular el preciado don de los sentidos del que tanto se preocuparon los griegos por el arte de birlibirloque es decir, con la astucia de “hurtar o estafar de repente, por sorpresa, con destreza y maestría”, manipulando la conciencia humana definida por Marx como “alienación o enajenación mental” a su juicio por el capitalismo porque no se imaginó su comunismo en tiempos de Stalin, tecnológicamente aprovechando por el régimen militar civil de la Venezuela del siglo XXI vaciado en leyes como la del odio o contra el fascismo que criminaliza toda forma de pensar distinto a sus autores, en el marco de un espectáculo del que nos habla el Nobel Vargas Llosa en su ensayo interpretando a Guy Debord en su libro La sociedad del espectáculo considerándolo como “la dictadura efectiva de la ilusión en la sociedad moderna”. En ese sentido nos dice que: “La ilusión de la mentira convertida en verdad ha copado la vida social, convirtiéndola en una representación en la que todo lo espontáneo, auténtico y genuino —la verdad de lo humano— ha sido sustituido por lo artificial y lo falso”.
Es así como la red TikTok y otras conllevan a la muerte y, al fin, el régimen decide enfrentarle, sin lugar a dudas, con el beneficio del aprovechamiento a sus intereses a modo de espectáculo, como resulta ser la “Ley Bolívar” dictada por el Congreso de Estados Unidos y la respuesta venezolana con otra del mismo nombre que hace del Libertador un exclusivo espectáculo del militarismo civil que gobierna al país.
Ambas disposiciones sancionan a cualquier persona natural o jurídica. En la primera, a quien negocie con Estados Unidos, y la nacional, a cuantos se sumen a aquella con el agravante de ser considerados traidores a la patria. Si a ver vamos, los perjudicados no son sus gobiernos, sino, por ejemplo, quienes necesitamos alimentos o medicinas para vender y, más necesario aún, consumir y suministrar, con lo cual se atropellan elementales derechos humanos, negándose el clamor de reclamarlos en ejercicio de la libertad de expresión y conciencia, todo inadmisible en un mundo globalizado donde no hay nada oculto debajo del sol, precisamente para alumbrar el espectáculo del poder. Entonces, ¿qué diferencias habría, ante el desenfreno discursivo, entre una inteligencia artificial o un descarado armamentismo suicida, en manos de la intimidación política de perversos en el poder, que es lo que está detrás de todo? ¿Hasta dónde los retos del TikTok y determinados gobiernos? Son interrogantes que tienen respuesta para los pueblos, presas de imposiciones que en todo caso pueden individualizarse, más no generalizarse, que a los precedentes comentarios es de pensar: ¡Cuán equivocados están los autores de las groseramente llamadas leyes “volivar”!
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