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El proteccionismo, definición de la política económica que entiende defender la producción nacional de la competencia exterior, encuentra los instrumentos de su realización en los aranceles e imposición de tarifas sobre las importaciones. Se inducen trastornos, traumas, costos de transformación violenta, de un salto para salvar distancias e instancias históricas, que no se presentan como final del liberalismo, más bien como la aventura de la victoria sobre las perversiones que han atormentado el sistema productivo estadounidense y, por ósmosis, al ser humano en todo tiempo y lugar.
No creo que sea un exabrupto interpretar la formulación del presidente Trump en el contexto de los ciclos repetitivos de Giambatista Vico (1668–1744): la fase de los dioses, caracterizada por la espiritualidad de la ley y su derivación teológica religiosa; la fase de los héroes, en la cual los hombres han abandonado las explicaciones fantásticas y se ha encaminado en un creciente autoconocimiento y autodominio; la “edad de los hombres” caracterizada por la igualdad y de la democracia que determina las relaciones igualitarias de las naciones. No obstante, esta última aparece como fase más vulnerable que permite el abuso de la libertad e igualdad y que puede llevar a estados de “barbarie” parecidos a los de los primeros tiempos de la humanidad, a etapas oscuras y desposeídas de razón en las cuales el poder queda representado por la fuerza.
Cuando se rompen los equilibrios logrados en la Historia para la prevalencia de una parte, es inevitable la aplicación de reajuste para el perseguimiento de políticas de globalización, si éstas conservan su significación de proceso de interdependencia e interconexión entre las naciones, de difusión y uso de las tecnologías, de intercambio de ideas, valores, tradiciones y cultura, se inducen barreras comerciales que influencian el nivel del desarrollo, la ocupación, el nivel de la vida de la población. Se implican reformulaciones estratégicas y modificaciones tácticas de la política económica y social, de ruta para el logro de objetivos de corto y mediano plazo, pero no de las finalidades de largo plazo: es decir, que los cambios producidos concurren a la determinación de una tensión constante que puede generar inestabilidad, pero que en lo inmediato altera los equilibrios económicos y sociales preconstituidos. De este modo se pregona en el tiempo y en el espacio una nueva definición del ritmo del crecimiento individual y colectivo: son los ciudadanos, sus sacrificios, su trabajo, su conocimiento, su voluntad de alcanzar en un clima de estabilidad política las mejoras de las condiciones de vida, los actores de la evolución que determinan el aporte de cada Estado a la comunidad internacional.
En la “Condición posmoderna” (1998) afirma Jean Francois Lyotard: “…se corre el riesgo de plantear con una nueva intensidad el problema de las relaciones entre las exigencias económicas y las exigencias estatales”. Cambia el rol del Estado-Nación que se transforma en protagonista activo del mundo multipolar en el cual se presentan y se confrontan nuevos equilibrios de poder que son generados por las confrontaciones que emergen no solo por los divergentes intereses económicos, sino también de cultura y de civilización. La metamorfosis incipiente genera incertidumbre porque en el sistema capitalista prevaleciente, así como en los países con régimen comunista, ningún modelo de Estado puede ser definido ideal: independientemente de las características que lo definan jurídica y filosóficamente, cualquier modelo será objeto de permanentes alteraciones y modificaciones.
En La tajada del diablo. Compendio de subversión posmoderna (2001) M. Maffesolí emerge que: “Ya sea político, social o individual, siempre está amenazado de enantiodromía, esa conversión en lo opuesto. Ésa es la fuerza de la alteridad”, que asume múltiples manifestaciones de disconformidad, de violencia, de sentimiento trágico de la existencia individual y colectiva, expresión de antiguas y nuevas frustraciones, que se transforman en dialéctica de las aspiraciones legítimas o, al contrario, de las pretensiones de los gobiernos que descomponen las relaciones internacionales anteriormente establecidas, para sintetizarlas en hipótesis de sustitución de poder que carecen de proposiciones ideológicas y se esconden detrás de presumidas innovaciones programáticas.
Las posturas de centro, de derecha o de izquierda, de centro derecha o centro izquierda, de extrema derecha o extrema izquierda asumen articulaciones que son de soporte para la gestión del poder del grupo o de los grupos predominantes: presentan tal vez capacidad de adaptación y de relativa transformación o son expresión de voluntad de confrontaciones que son estériles, porque sin tener sustanciación teórica y eficiencia programática, presumen la definición de un modelo alternativo del sistema predominante. Una idea simplista del determinismo histórico heredada de Hegel y Marx que lleva a una especie de fatalismo ilusorio y automatismo, más que a un materialismo inconcluyente que excluye la creación individual y colectiva.
La política es acción, no repetición: es evolución y no un recorrido de sucesión de etapas garantizadas con anticipación en una programación estatal que debería solucionar los problemas y, al contrario, produce solo su agravamiento.
La historia ha demostrado el teorema y su contrario. Parecen llenas de significado las palabras de Gao Xingian que pueden servirnos para comprender la profundidad de la evolución de la humanidad en los momentos difíciles de la transición de la historia. De La montaña del alma (2001): “Una densa y profunda oscuridad inunda la extensión caótica primigenia, el cielo y la tierra, los árboles y las rojas se funden, la carretera es invisible, no puedes sino quedarte en el sitio sin poder mover los pies, el busto inclinado hacia delante, los brazos extendidos para tantear en esta noche negra, oyes moverse algo, pero no es el viento, es la oscuridad en la que no hay ni arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha, ni lejos ni cerca, ni ningún orden determinado”.
Vivimos en la búsqueda de nuevos valores o, cuanto menos, en la incertidumbre para expresar los viejos a través de nuevas formas. No existe una formulación teórica capaz de sintetizar las preocupaciones políticas y sociales en instancias de renovación que otorguen uniformidad de perspectiva para la superación. Las características económicas de cada nación crean un particular ambiente que necesita decisiones económicas y políticas de adecuación, pero el input y el fervor para el cambio no presentan una tensión uniforme para la búsqueda de la verdad, crítica y personal, como la que Hans Georg Gadamer propone en su teoría de la hermenéutica en Truth and method (1982): el reconocimiento de la identidad propia de una nación, aun cuando se inspira a los héroes del pueblo que expresan la exaltación mítica de la humanidad, son por algunos motivos de distinción y aislamiento, y no fuente de convivencia civil y moral. Las contraposiciones son grandes, así como las responsabilidades que en el ejercicio del poder nacional y supranacional implican la instauración de nuevos equilibrios. Estos en un sistema democrático derivan no de la imposición, más bien de la transacción a través de la cual se definen los límites de renuncia consciente de una parte en favor de la otra, debido a la recíproca adaptación al nivel de equidad y justicia nacional e internacional.
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