Venezuela, por fortuna, está geográficamente alejada del frente de batalla, a miles de kilómetros de Ucrania y Rusia. Sin embargo, la guerra, aunque distante, no nos es ajena: sus efectos económicos y políticos llegan hasta aquí, y podrían agravarse si el conflicto escala. Ante este panorama, surge una pregunta ineludible: ¿cuál debería ser nuestra postura?
El gobierno actual parece tenerlo claro: alinearse con Rusia y su proyecto de anexión imperialista es, para ellos, la mejor opción. No es solo una cuestión de palabras; sus discursos ya emulan los de Putin. Hace poco, Nicolás Maduro llamó al presidente de Guyana el “Zelenski del Caribe”, sugiriendo una analogía entre la invasión rusa a Ucrania y el diferendo limítrofe entre Venezuela y Guyana por el Esequibo. La comparación es forzada y carece de sustento: no hay similitudes reales entre ambos conflictos. Sin embargo, Maduro, en su peculiar sabiduría, parece convencido de que presentar a Guyana como una víctima débil frente a una potencia expansionista vecina —nosotros, en este caso— fortalece nuestra posición. La lógica es tan retorcida como suena.
¿Y qué hay de Estados Unidos? Con la llegada de “Trump 2.0” a la Casa Blanca, confiar en Washington como aliado estable parece ilusorio. Las relaciones con Estados Unidos han sido un vaivén impredecible: pasamos de acuerdos para intercambiar prisioneros y gestionar migración a la cancelación de la licencia de Chevron y al trato inhumano de nuestros compatriotas, deportados en masa y enviados a lo que muchos describen como el infierno terrenal de las cárceles de Bukele en El Salvador. Eso no es lo que hacen los aliados; es lo que hacen los adversarios.
Entonces, ¿dónde queda Venezuela? La respuesta no está en Moscú ni en Washington. Nuestra mejor alianza debe ser con nosotros mismos: los venezolanos unidos. En un mundo en guerra, la unidad no es solo un eslogan bonito y simpático; es una necesidad urgente y un llamado a la acción. Necesitamos un gobierno legítimo, surgido del voto universal, secreto y directo; una Fuerza Armada profesional, subordinada al poder civil, enfocada en proteger nuestra integridad territorial y hacer cumplir la Constitución; y una diplomacia inteligente, comprometida con fortalecer las instituciones multilaterales como la ONU y la OEA, respetuosa de los estándares de derechos humanos en el marco del Sistema Interamericano.
Si no logramos esto, si nos resistimos a construirlo, Venezuela no será más que una pieza prescindible en el tablero de ajedrez global, manipulada al antojo de jugadores como Trump o Putin. En un mundo en conflicto, nuestra fortaleza no depende de elegir bando, sino de forjar un país soberano, unido y capaz de defenderse por sí mismo.
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