«Si te están monitoreando, tienes una mayor tasa de supervivencia».

A más de dos décadas del atentado, el daño sigue siendo palpable. Getty Images
Wilkenfeld fue testigo de los atentados en 2001 e inmediatamente comenzó a estudiar la toxicidad del polvo producido en los días posteriores y el efecto que estaba teniendo en las personas que llegaron primero a trabjar en la Zona Cero.
Todavía está tratando de desentrañar el impacto a largo plazo que está teniendo y se ha convertido en un defensor de la atención médica de los afectados.
«La gente me pregunta: ‘¿Todavía estás haciendo esto 23 años después?’», dice. «Pero seguimos viendo gente enferma».
Recientemente, Wilkenfeld formó parte de un equipo de médicos e investigadores de salud pública que descubrieron que las personas expuestas al polvo del World Trade Center también muestran signos de daño nervioso.
Observaron que el entumecimiento, junto con el hormigueo, era un síntoma común entre los socorristas y los sobrevivientes, y descubrieron que parecía estar relacionado con niveles más altos de neuropatía que en la población general.
El equipo sostiene que debería añadirse a la creciente lista de problemas de salud relacionados con el 11-S.
Los activistas dicen que las enfermedades cardíacas también deberían reconocerse como enfermedades asociadas para garantizar que los afectados obtengan la cobertura sanitaria que necesitan.
Las enfermedades cardiovasculares son sustancialmente más frecuentes entre los que se involucraron en las tares de ayuda ell 11-S que entre la población general, especialmente entre las mujeres.
Los problemas de salud tampoco se limitan a la población de Nueva York, añade Wilkenfeld. Los primeros en prestar auxilio llegaron a la ciudad para ayudar con el proceso de limpieza desde todo EE UU y el resto del mundo.
«La gente no se da cuenta de que hay personas de lo equipos de emergencia en los 50 estados -y en el extranjero-«, señala Wilkenfeld. «Han pasado 23 años, la gente está jubilada y vive en todo el mundo».

Socorristas de distintas partes del país y de todo el mundo llegaron a EE UU para ayudar en las tareas de rescate y limpieza. Getty Images
Esto hace que sea difícil medir la escala del problema, pero también significa que algunas personas con condiciones relacionadas con el 11-S también están perdiendo el apoyo que se ofrece en EE UU.
«No todo el mundo relaciona su tiempo en la Zona Cero con sus condiciones, por lo que es importante difundir la información», comenta Bridget Gormley, cuyo padre, Billy Gormley, era un bombero del Departamento de Bomberos de Nueva York que murió de cáncer relacionado con el 11-S en 2017.
Ahora aboga por una mejor atención médica para la comunidad del 11-S. «Hay personas de todo el mundo (rescatistas internacionales) que vinieron a ayudar y pueden estar viviendo con condiciones (de salud)».
Para algunas de las personas que se vieron afectadas por los acontecimientos de ese día, el costo que esto ha tenido para su salud mental puede significar que algunos casos se están pasando por alto.
«La gente se desconecta del 11-S, especialmente si no tenían una correlación directa con ese día», dice Michael O’Connell, socorrista retirado del FDNY, que tenía 25 años el 11 de septiembre y ahora tiene 48.
O’Connell trabajó en turnos de 24 horas en la Zona Cero en los días inmediatamente posteriores a los atentados. No tuvo ningún síntoma físico hasta seis años después, cuando le diagnosticaron una enfermedad autoinmune rara llamada sarcoidosis en 2007, cuando tenía poco más de 30 años.
Fue uno de los primeros bomberos del 11-S a los que se les diagnosticó la enfermedad, que provoca la formación de bultos anormales de células inflamatorias en sus órganos. Describe la sensación como si lo hubieran golpeado con un bate de béisbol. Ahora realiza trabajo de defensa de derechos con John Feal y la Fundación Feal Good.
«Las enfermedades tardan en desarrollarse», afirma. «Durante ocho meses respiramos aire tóxico. Todavía nos enfermamos y la gente muere por exposición [23 años después]».
El médico de O’Connell, David Prezant, director médico del FDNY, estudió la sarcoidosis en los socorristas y concluyó que la enfermedad era más frecuente en aquellos expuestos a las toxinas del WTC. Se ha identificado a cerca de 100 bomberos que padecen sarcoidosis desde el diagnóstico del propio O’Connell.
«Es una triste realidad a la que nos enfrentamos, y no hay que esperar. Mañana puede ser demasiado tarde para una persona», afirma O’Connell.
Más allá de los socorristas
Aunque gran parte de la atención se ha centrado en los primeros socorristas que trabajaron en la Zona Cero, también hay un número creciente de miembros del público en Nueva York que están empezando a desarrollar condiciones relacionadas con el polvo y el humo generados ese día.

Muchos no asocian sus condiciones de salud con lo ocurrido el 11-S. Getty Images
Lila Nordstrom era una estudiante de 17 años de la escuela secundaria Stuyvesant en el East Village de Manhattan en 2001. Estaba en una clase cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, y cuando se derrumbaron, el polvo se precipitó hacia su escuela a solo tres cuadras del World Trade Center.
Hoy, a los 40 años, Nordstrom cree que el polvo que respiró ese día ha empeorado su asma. Es la fundadora del grupo de defensa Stuy Health y se unió a la lucha por el Fondo de Compensación para Víctimas, argumentando que su comunidad de sobrevivientes también merece reconocimiento y atención de salud mental y física.
Nordstrom escribió un libro titulado “Some Kids Left Behind: A Survivor’s Fight for Health Care in the Wake of 9/11” (Algunos niños dejados de lado: la lucha de una sobreviviente por la atención médica tras el 11-S), sobre su experiencia y la de sus compañeros de clase al volver a la escuela tras los atentados, después de que su escuela fuera utilizada como zona de ayuda en los meses siguientes.
«Todos merecemos que nos monitoreen», dice Nordstrom, señalando que los sobrevivientes como ella (personas de la zona que no participaron en los esfuerzos de rescate y recuperación) tienen condiciones comparables a las de los primeros socorristas.
«Los efectos del 11-S sobre la salud afectaron a otras personas más allá de los primeros socorristas. Es difícil para la gente admitir que forman parte de este grupo, pero lo son y merecen estos recursos que el gobierno federal ha destinado a la comunidad del 11-S».

No solo los socorristas son quienes se vieron afectados por el humo a largo plazo, la población en general también. Getty Images
Es importante, dice, que la gente reconozca que puede haber resultado afectada, en particular porque puede calificar para recibir atención médica gratuita.
A menudo, las condiciones son más difíciles de ver, pero no por ello son menos merecedoras de tratamiento. Un gran número de miembros del Programa de Salud del WTC han desarrollado problemas de salud mental como depresión, trastornos de ansiedad, trastornos de pánico y trastorno de estrés postraumático.
La propia investigación de Udasin demostró que existe una prevalencia de trastornos de salud mental y dice que todavía ve pacientes que los padecen. Señala que, a medida que los socorristas y los sobrevivientes envejecen y abordan su salud de una manera más seria, la salud mental forma parte de ello.
«Una vez que las personas se jubilan, es más probable que busquen tratamiento de salud mental», dice Udasin. «Y en esta época del año, todos los años en septiembre tenemos un aumento de personas con un diagnóstico de salud mental».
Condiciones como el trastorno de estrés postraumático también pueden tener un costo físico. Un estudio publicado este año mostró que hubo un envejecimiento biológico acelerado entre los veteranos que fueron desplegados en zonas de guerra después del 11-S.
«El trastorno de estrés postraumático también es una lesión física», dice Feal. «He aprendido a aceptar mi diagnóstico de trastorno de estrés postraumático. Significa que has pasado por algo y has salido del otro lado con cicatrices que te hacen más fuerte».
Otro estudio reciente reveló que aún pueden estar surgiendo otros problemas. Se encontraron evidencias de deterioro cognitivo en personas expuestas al polvo y al humo del World Trade Center, tal vez debido a neurotoxinas orgánicas que se propagaron por el aire.

No solo quienes vivieron el horror del 11-S en carne propia sufren las consecuencias, también muchas personas en EE UU se vieron afectadas de forma indirecta. Getty Images
A medida que pasa el tiempo, la comunidad de sobrevivientes y socorristas del 11-S está disminuyendo.
«Hay una tasa de muerte prematura», dice Cascio. «Como comunidad, lo vemos como si probablemente todos moriremos de enfermedades del 11-S en algún momento. Todos sentimos eso, ya sea que hablemos de ello o no. De vez en cuando, admitiremos unos a otros, no necesariamente a la familia y a los seres queridos, que incluso si terminamos muriendo en la vejez, será por enfermedades del 11-S».
Para los primeros socorristas que entraron valientemente en la Zona Cero hace 23 años, y los sobrevivientes que sufrieron las consecuencias de los ataques, hay un aspecto importante en seguir hablando de sus luchas actuales.
«‘Nunca olvidar’ significa asegurarse de que su historia no muera con ellos», dice Cascio.