
Lo que quería Juan Cortizo era construir un carro eléctrico.
Había nacido para diseñar el futuro e inspirarse en la experiencia humana. Compartía, así como el icónico Karim Rashid, uno de sus ídolos, la idea de mejorar la vida de las personas a través de la audacia, excentricidad y fluidez de las formas.
Fantaseaba con la era digital, razón por la cual nunca se molestó en que la artesanía y carpintería venezolanas despertaran su interés.
Sostuvo ese pensamiento hasta que Jorge Wahbeh, su mentor y profesor en el Instituto de Diseño de Caracas, donde se graduó en 2024, le informó que, para titularse, debía hacer una tesis enfocada en el Design Thinking de los materiales y técnicas ancestrales del país.

La iniciativa, nacida de una tesis tutelada por Jorge Wahbeh, demuestra cómo la tradición puede inspirar la modernidad y viceversa, desafiando los límites creativos
Juani, así le dicen sus amigos, no estaba contento. Tampoco sus compañeros, quienes no entendían cómo investigar sobre esas manifestaciones culturales los ayudaría a destacarse en el futuro. Era regresar al pasado, pensaron.
Todo cambió, no obstante, cuando visitaron Tintorero, Sanare, Quíbor y Guadalupe. En aquellos pueblos de Barquisimeto, estado Lara, ricos en tradición, sus ciudadanos seguían trabajando arduamente para no figurar todavía en los libros de historia como un recuerdo. Se negaban a desaparecer.
Y ver la construcción de aquel legado a través de diferentes actividades creó un debate que hizo que Venezuela figurara, por primera vez, en el escenario global del diseño en Milán, el SaloneSatellite 2025, en el Salone del Mobile de Milano.
La culpa es de los electrodomésticos
Juan Cortizo nació el 12 de junio de 2002 en Caracas. Desde muy pequeño sintió el trabajo manual como su pasión. Crear, construir y elaborar era lo suyo. Algo que no compartió con sus dos hermanos mayores ni con sus padres.
En algún momento se le hizo difícil imaginar cómo el diseñador industrial que es actualmente. El fútbol casi le gana la partida a los estudios. Jugó hasta hacerse profesional. De hecho, equipos bastante reconocidos se pelearon, alguna vez, por su talento.
Pero los goles no fueron suficiente. Su amor por las maquetas fue mayor.

Juan Cortizo junto a su mentor, Jorge Wahbeh, profesor del Instituto de Diseño de Caracas
Entró en el Instituto de Diseño de Caracas para estudiar Interiorismo. Seis meses después se dejó atrapar por lo que describe como un entorno mágico: el Industrialismo, que lo hizo replantearse una visión vanguardista, pero, en principio, simplista de las cosas.
Con aquel debate, mientras recorrían Barquisimeto buscando inspiración, nació todo.
“¿Por qué los electrodomésticos eran tan poco agraciados? Un televisor rompe con la estética de un espacio; una corneta o los ventiladores son horribles”, vociferaron Wahbeh, Cortizo y compañía.
La tecnología importa poco si el diseño es feo. Así nació el proyecto Quíbor: cómo hacer que la madera y sus técnicas se adaptaran a lo nuevo.
Wahbeh les pidió crear una línea de artefactos, basados en la artesanía y la carpintería, donde solo uno fuese funcional. Se llevó una gran sorpresa cuando Juani le presentó una familia entera de productos 100% funcionales.
No fue el alumno de las mejores notas, recalca el profesor, pero es una máquina de trabajo. Tiene una disciplina implacable, una que casi nunca veía en sus estudiantes.
Justo allí, cuando vio el resultado de aquella investigación, entendió que Juan Cortizo le había declarado su amor al arte en Venezuela.

Impulsado por la visión de Juan Cortizo y la destreza de los carpinteros de Guadalupe, el proyecto reimagina técnicas larenses en piezas modernas y funcionales
De Juan Cortizo y Quíbor pal’ mundo
Se enteró que iría a Milán por correo. Jorge Wahbeh había estado tocando puertas desde hacía años. Sobre todo, al verse inspirado por la gran Marva Griffin, también venezolana y fundadora del Salón Satélite.
Apenas se graduó, Juan Cortizo entró a trabajar en el Instituto. Sería parte del equipo, pero su foco estaba en el desarrollo de las piezas de su tesis: unos speakers bluetooth, unas lámparas y un ventilador.

Una de las lámparas presentada en el proyecto de Juan Cortizo
Allí se labró el vínculo. Pronto se presentó en un concurso para garantizar un espacio en el Salón. Por no saber hablar inglés, no entendió en principio que lo habían seleccionado. Fue Wahbeh quien lo instó a usar el Google Translator y asegurarse del correo electrónico que había recibido.
Secándose las lágrimas, admitió que tendría que estudiar el idioma pronto y se preparó para empacar sus maletas. Estaría en pocos meses representando a Venezuela en uno de los espacios más importantes del mundo del diseño.
Se llama Quíbor porque es una oda a Barquisimeto, afirma Juani. La artesanía en esa región del país, asegura, ha decaído mucho en los últimos años y siempre ha sido una producción muy lineal. Algo que, con sus diseños, podría cambiar.
“Es una manera de rendirle un homenaje a este pequeño pueblo donde se han formado tantos artesanos que han causado gran impacto en la sociedad”, subraya.
Ya no solo serán cucharas, jarrones y fruteros lo que se producirá en esas tierras.
La innovación y la tecnología se abrirán camino gracias a su trabajo y el de sus colaboradores: tres maestros carpinteros, Iguita, Edgar e Isidro Horta, nacidos en Guadalupe, quienes no le tuvieron miedo al cambio.
Cortizo recuerda cómo pateó calles y tocó puertas. Se las cerraban porque su recién descubierta pasión por reinventar la forma de hacer artesanía y carpintería “era mucho amor al arte e imposible de realizarse”.
“No, gracias”; “Las piezas son muy difíciles de hacer”; “No me siento cómodo”, fueron algunas de las respuestas. Pero, así como se cerraron puertas, se abrieron ventanas y los tres carpinteros Horta salieron de su zona de confort para mostrar que la cultura artesanal y ancestral larenses son capaces de generar piezas de gran impacto no solo en el país.
Quíbor fusiona una rica herencia cultural con las formas de vida contemporáneas, asociando a diversas comunidades de tejedores que colaboraron en los cables de las lámparas, por ejemplo; a un ceramista que ayudó a darle forma al ventilador y un ebanista para la talla en madera.

Una familia de artesanos de Guadalupe fue vital para darle vida a Quíbor
Venezuela hace historia en el Salón Satélite
Para Juani, siempre es importante recalcar el proceso de un diseñador. Es sinónimo de creatividad. Se suele bocetar mucho, se elaboran infinidad de modelos en 3D y también renders. Así generó Quíbor. Así fusionó la artesanía con la tecnología.
Cada pieza, explica, puede llevarse entre 3 y 4 meses de creación.
La participación en el SaloneSatellite, enfocado en diseñadores menores de 35 años, refuerza así la trascendencia del proyecto como una respuesta innovadora a los desafíos actuales.
En un contexto marcado por la producción masiva que imita la artesanía tradicional, poniendo en riesgo la supervivencia de estas tradiciones, Quíbor no solo preserva, sino que potencia la autenticidad de las técnicas larenses.
Más que una propuesta estética, busca revitalizar la artesanía venezolana y generar oportunidades para los creadores locales.

Al proteger el legado cultural y aportar nuevas visiones a través del diseño industrial, el proyecto promueve un modelo económico inclusivo para las comunidades involucradas
Fusionando lo artesanal y lo contemporáneo, Juan Cortizo trazó una narrativa que demuestra que las raíces culturales pueden reinventarse sin perder su autenticidad y ofrecer una visión esperanzadora para el futuro de las tradiciones en el mundo moderno.
No ganó en una categoría oficial, pero la mención especial le otorgó más valor a su trabajo: es el primer venezolano en ser destacado por SaloneSatellite en su historia. Además, fue uno de los diseñadores más jóvenes en ser reconocidos.
A pesar de no haber ganado un premio en metálico, no se lamenta. “La mención me elevará como diseñador”, afirma. Hecho que se confirmó con una oportunidad excepcional: una residencia académica en la Rong Design Library de Hangzhou, uno de los estudios de arte más importantes de China.
“Es una pequeña beca en donde, durante un mes y medio, me sumergiré en las técnicas milenarias de Oriente para diseñar productos en base a su mano de obra”, dice.
Tendrá acceso a todas las técnicas de carpintería, trabajo del metal, cerámica y textiles. De esta manera, puede terminar el proyecto, potenciarlo y traer el know how a Venezuela para compartirlo con los artesanos.

Quíbor, concebido como tesis de grado, es un testimonio del poder de la colaboración para trascender límites y revitalizar el patrimonio artesanal
Lo que casi no pudo ser
Casi no llegan a Milán, recuerda Jorge Wahbeh. La aerolínea Iberia, donde viajaban, no los dejó abordar el avión debido al número de cajas que debían transportar para presentar el proyecto.
Casi perdieron la esperanza cuando revisaron más veces de lo previsto a Juani, creyendo que transportaba drogas en los paquetes.
Tuvieron que comprar otro pasaje para otra persona en otro día, para que Láser los dejara volar.
En que lío se habían metido, pensó el tutor de Cortizo. Pero valió la pena. Incluso cuando, al arribar al lugar, se dieron cuenta de que tampoco disponían de un stand para colocar las piezas.
Solventaron yendo a un local estilo EPA, en Italia, forraron las cajas en donde transportaron las cornetas con vinil y así, con las uñas, salieron airosos en la presentación.
“Juani trabajó como una bestia”, señala el profesor. “Al volver a Caracas, lo hará como un rockstar”.

Pieza de Juan Cortizo para el Salón Satélite 2025 en Milán
La inversión para llegar al Salón Satélite fue de poco más de 10.000 dólares, cuya totalidad fue asumida por el Instituto.
Sería ideal contar con patrocinantes, cuenta Wahbeh. Pero, por ahora, no los hay. La idea entonces es poder comercializar los productos.
No obstante, para poder ponerle precio a cada pieza, explica, deben perfeccionarse formatos y procesos como el sistema de electrónica que, según expertos italianos, pudiesen funcionar mejor si el tamaño de la corneta es menor y más adaptable a la amplificación del sonido.
“Queremos comercializarlas como las obras de arte que son. Algo que nadie había hecho con artesanía”.
Juan Cortizo regresa a sus raíces
El plan es regresar al país y aprovechar, en junio, la nueva edición del Caracas Design Week, donde buscarán presentar Quíbor al público.
Pero sobre todo, quieren continuar con lo que comenzaron en Lara. Aunque primero, y más importante, deben finiquitar otro de los principios del proyecto: la sostenibilidad.
“Si vamos a trabajar la madera y Dios mediante nos empiezan a pedir cientos -o miles- de piezas a nivel mundial, debemos pagar lo justo”, infiere Wahbeh. “Tenemos claro que parte de lo que se invierta sea también para fomentar la reforestación. Debemos estar muy pendientes del dónde se consigue la madera y cómo, por ejemplo. Qué se está haciendo para recuperar lo que están talando”.
Los carpinteros usan pura madera tropical de la zona, pero no hay seguridad aún de que estén “cerrando el ciclo” con el ecosistema. Y eso, para Cortizo y su mentor, es vital. Si están cortando madera, deberían estar también sembrándola.
Esperan tener, a finales de 2026, todo claro: precios, gran cantidad de piezas para cubrir la demanda y el plan sostenible.
“El diseño es una herramienta de desarrollo nacional súper importante y en Venezuela no se le ha dado el valor que tiene”, manifiesta Jorge Wabeh. “Muchos de nuestros artesanos ya no venden sus creaciones porque ahora todo lo trae Traki de China y nadie les compra. Mi labor también consiste en darle a entender a la gente que están invirtiendo en mano de obra y tradición, en conocimientos milenarios. Y eso sí es arte”.
Con su impacto en múltiples niveles —cultural, económico y global—, Quíbor no solo representa un modelo para preservar la herencia artesanal venezolana, sino que también muestra el potencial del diseño como una fuerza transformadora.
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