En la noche del 15 de abril de 2019, espectadores de todo el mundo contemplaron atónitos cómo se emitían imágenes en directo de las llamas anaranjadas que se extendían por el tejado de la catedral, y después -en el punto álgido de la conflagración- de la aguja del siglo XIX estrellándose contra el suelo.

Unos 1.300 trabajadores de los 2.000 que han participado en la restauración de Notre Dame estaban presentes en la visita. EPA-EFE/REX/Shutterstock
La catedral, cuya estructura ya era motivo de preocupación antes del incendio, estaba siendo renovada en ese momento. Entre las teorías sobre la causa del incendio figuran un cigarrillo abandonado por un obrero o un fallo eléctrico.
En un momento dado, se temió que las ocho campanas de la torre norte estuvieran en peligro de caer, lo que habría derribado la propia torre y posiblemente gran parte de los muros de la catedral.
También se produjeron muchos daños por la caída de madera y mampostería, y por el agua de las mangueras de bomberos.
Afortunadamente, la lista de lo que se salvó es mucho más larga: todas las vidrieras, la mayor parte de las estatuas y obras de arte, y la reliquia sagrada conocida como la Corona de Espinas. El órgano, el segundo más grande de Francia, quedó muy afectado por el polvo y el humo, pero se pudo reparar.
Sus más de 8.000 tubos fueron desmontados y enviados a tres talleres del sur de Francia para su limpieza y restauración.
El clero de la catedral también celebró algunos “miraculés”, sobrevivientes milagrosos.
Entre ellos, la estatua del siglo XIV situada en el coro, conocida como la Virgen del Pilar, que evitó por poco ser aplastada por la caída de la mampostería.
Dieciséis enormes estatuas de cobre de los Apóstoles y Evangelistas, que rodeaban la aguja, habían sido desmontadas para su renovación sólo cuatro días antes del incendio.
Tras inspeccionar la devastación al día siguiente, Macron hizo lo que a muchos les pareció una promesa precipitada: reabrir Notre Dame a los visitantes en un plazo de un quinquenio
Se creó por ley un organismo público para gestionar las obras, y un llamamiento para recaudar fondos tuvo una respuesta inmediata. En total se recaudaron 846 millones de euros (US$893 millones), procedentes en su mayoría de grandes patrocinadores, pero también de cientos de miles de pequeños donantes.
El responsable de la tarea fue Jean Louis Georgelin, un general del ejército sin pelos en la lengua que compartía la impaciencia de Macron con los comités y el establishment “patrimonial”.
“Están acostumbrados a tratar con fragatas. Esto es un portaaviones”, criticó.

La reliquia conocida como la «Corona de espinas» pudo salvarse y ahora luce en el interior de un relicario diseñado por el artista francés Sylvain Dubuisson. EPA-EFE/REX/Shutterstock
A Georgelin se le atribuye universalmente el mérito del indudable éxito del proyecto, pero murió en un accidente en los Pirineos en agosto de 2023 y fue sustituido por Philippe Jost.
Se calcula que unos 2.000 albañiles, carpinteros, restauradores, techadores, fundidores, expertos en arte, escultores e ingenieros trabajaron en el proyecto, lo que supuso un enorme impulso para la artesanía francesa.
Muchos oficios, como el de tallista de piedra, han visto aumentar el número de aprendices gracias a la publicidad.
“(El proyecto de Notre Dame) ha sido el equivalente de una Feria Mundial, en el sentido de que ha sido un escaparate de nuestra artesanía. Es un magnífico escaparate internacional”, afirma Pascal Payen-Appenzeller, cuya asociación promueve los oficios tradicionales de la construcción.
La primera tarea del proyecto consistió en asegurar el emplazamiento y, a continuación, desmontar la enorme maraña de andamios metálicos que antes rodeaban la aguja, pero que se derritieron en el incendio y se fundieron con la piedra.
Las 1.326 placas de 5 milímetros de plomo que cubrían el tejado de la catedral y que pesaban 210 toneladas fue otro de los quebraderos de cabeza de los técnicos.
El plomo se derritió, y parte de este metal pesado, peligroso para la salud, se liberó en partículas, contaminando los alrededores de la capital, por lo que se tuvo que realizar una costosa y complicada limpieza que retrasó las obras.
Desde el principio hubo que tomar una decisión sobre la índole de la renovación: recrear fielmente el edificio medieval y los cambios neogóticos del siglo XIX realizados por el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, o aprovechar la oportunidad para imprimir al edificio una impronta moderna.
Una petición de nuevos diseños dio lugar a ideas insólitas, como un tejado de cristal, un “tejado ecológico” verde, una enorme llama en lugar de una aguja y una aguja coronada por un láser vertical que se dispara hacia el firmamento.
Ante la oposición de los expertos y el público, todas se abandonaron y la reconstrucción es esencialmente fiel al original, aunque con algunas concesiones a materiales modernos y a requisitos de seguridad. Las vigas del tejado, por ejemplo, están ahora protegidas con aspersores y tabiques.
El único punto de discordia que queda es el deseo de Macron de diseñar unas vidrieras modernas en seis capillas laterales. Aunque se han presentado artistas a un concurso, hay una fuerte oposición en el mundo artístico francés.
Macron ha intentado hacer de la renovación de Notre Dame un lema y un símbolo.
Se ha implicado a fondo en el proyecto y ha visitado la catedral en varias ocasiones.
En un momento en que su suerte política está en su punto más bajo -tras las duras elecciones parlamentarias de julio-, la reapertura es una inyección de moral muy necesaria.
Hubo quien dijo que estaba robando protagonismo al organizar la ceremonia de este viernes -oficialmente para marcar el final del proyecto- una semana antes de la reapertura formal. De hecho, parte de las primeras y esperadas imágenes del interior también se centraron inevitablemente en él.
En respuesta, los funcionarios del Elíseo señalaron que la catedral -como todos los edificios religiosos franceses en virtud de una ley de 1905- pertenece al Estado, siendo la Iglesia católica su “usuario asignado”; y que sin la rápida movilización de Macron la obra nunca se habría completado tan rápidamente.
“Hace cinco años todo el mundo pensaba que la promesa del presidente sería difícil de cumplir”, dijo el conocedor del Elíseo.
“Hoy tenemos la prueba no sólo de que era posible, sino de que en el fondo era lo que todo el mundo deseaba ardientemente. Lo que la gente verá (en la nueva Notre Dame) es el esplendor y la fuerza de la voluntad colectiva – à la française”.
*Con reportería de Hugh Schofield.