La guerra de Irak de 2003 deterioró sustancialmente las relaciones del régimen de Assad con las potencias occidentales. Assad se opuso a la invasión de Irak por parte de una coalición liderada por Estados Unidos, según algunos por temor a que Siria fuera el siguiente objetivo de Washington en la región.
Estados Unidos, a su vez, acusaba a Damasco de permitir el contrabando de armas destinadas a los insurgentes alzados contra la ocupación de Irak y el paso de militantes extremistas por la frontera.
En diciembre de 2003, Washington impuso sanciones a Siria por su papel en la crisis iraquí, pero también estaba en la mira el involucramiento de Siria en Líbano.
El ex primer ministro libanés Rafiq Hariri murió asesinado en febrero de 2005 en un atentado en el centro de Beirut del que rápidamente se culpó al régimen sirio y a sus aliados.
Las protestas masivas en Líbano y la presión internacional llevaron a la retirada de Siria de un país en el que sus militares llevaban cerca de 30 años presentes.
Pero Assad y su vital aliado libanés, el partido-milicia Hezbolá, negaron repetidamente cualquier implicación en el magnicidio, incluso después de que un tribunal internacional condenara en 2020 a un miembro de Hezbolá por su implicación en el crimen.
La Primavera Árabe
La primera década de Bashar al Assad en el poder vio fortalecerse las relaciones de Siria con Irán, así como con Qatar y Turquía. Las relaciones con Arabia Saudita tuvieron altibajos pese a que Riad apoyó inicialmente al joven presidente.
En general, Bashar siguió los pasos de su padre en política exterior, manejándose con prudencia y evitando el enfrentamiento militar directo.
Los diez años de gobierno habían dejado claro el enfoque autoritario de Assad y la persecución de la oposición continuaba.
En diciembre de 2010, Asma al Assad le dijo en una entrevista a la revista «Vogue» que su país era gobernado «democráticamente».
Ese mismo día, en Túnez, un tendero llamado Mohamed Bouazizi se prendía fuego en la calle después de haber sido abofeteado por una agente de policía, desencadenando un alzamiento popular en ese país que terminó por derrocar al presidente Zine El Abidine Ben Ali.
El levantamiento tunecino inspiró movimientos revolucionarios similares en varios países árabes, como Egipto, Libia, Yemen, Bahréin y Siria.
La Siria «libre de bombas, tensiones y secuestros» de la que hablaba la revista «Vogue» se transformaría dramáticamente en poco tiempo.
A mediados de marzo de 2011, una gran protesta tuvo lugar en Damasco y días más tarde se extendieron a la ciudad de Daraa, donde un niño había sido detenido por escribir mensajes contra Assad en las paredes.
Assad se tomó dos semanas para responder. Se dirigió al Parlamento y prometió acabar con lo que llamó una «conspiración» contra Siria, aunque admitió que mucha gente no tenía cubiertas sus necesidades.
Cuando las fuerzas de seguridad dispararon contra los manifestantes en Daraa el descontento aumentó y las peticiones de dimisión de Assad se oyeron en muchas ciudades sirias.
Las autoridades respondieron con violencia y culparon de los desórdenes a «saboteadores e infiltrados dirigido por fuerzas extranjeras».
La situación se agravó en solo unos meses, con enfrentamientos cada vez más frecuentes entre las fuerzas del gobierno y las facciones rebeldes que habían decidido tomar las armas.
Intervención internacional, yihadistas y crímenes de guerra
A medida que el conflicto se agravaba y complicaba, otros actores internacionales se iban implicando.
Rusia, Irán y los grupos armados apoyados por Teherán, como la milicia libanesa Hezbolá, se sumaron al bando del ejército de Al Assad, mientras que Turquía y varios Estados del golfo Pérsico tomaban partido por facciones opositoras.
Las reivindicaciones iniciales de democracia y libertad dieron paso a una creciente violencia sectaria. Algunos grupos rebeldes acusaban al régimen de favorecer a la minoría alauita en detrimento de la mayoría sunita de Siria.
Y la intervención de potencias extranjeras no hizo sino profundizar la división sectaria. Las facciones islamistas se volvieron en contra de los alauitas, mientras que milicias chiitas leales a Teherán, con Hezbolá a la cabeza, enviaban más y más hombres y armas hacia Siria.
En el vecino Irak, un nuevo grupo fundamentalista autodenominado Estado Islámico emergía y se aprovechaba del caos para tomar el control de parte del territorio sirio, estableciendo en la ciudad de Raqqa su capital.
En agosto de 2013, cientos de personas murieron en un ataque con armas químicas en una zona controlada por los rebeldes en las cercanías de Damasco.
Las potencias occidentales y la oposición culparon al régimen de Al Assad, aunque el gobierno negó su participación. Finalmente, ante la presión internacional accedió a desmantelar su arsenal químico.
Pero eso no terminó con la larga lista de atrocidades en la guerra civil. Hubo más ataques químicos y las comisiones de Naciones Unidas acusaron a todos los bandos combatientes de crímenes de guerra como asesinatos, torturas y violaciones.
Para 2015 el régimen parecía a punto de caer. Había perdido el control de amplias zonas del país, pero la intervención militar de Rusia cambió el curso del conflicto y le permitió a Al Assad recuperar territorios claves.
La guerra de Gaza
Entre 2018 y 2020, distintos acuerdos internacionales llevaron a una situación en la que las fuerzas gubernamentales controlaban la mayor parte de Siria, aunque los islamistas y guerrileros kurdos conservaban feudos en el norte y noreste del país.
El panorama fortaleció a Assad, que poco a poco fue regresando a la escena diplomática. Siria fue readmitidia en la Liga Árabe y en 2023 los países árabes empezaron a reabrir sus embajadas en Damasco.
Aunque el país vivía una situación económica cada vez peor, castigado por años de guerra, su presidente parecía haber resistido al desafío de los insurgentes.
Pero en octubre de 2023 la organización armada palestina Hamás lanzaba un ataque contra el sur de Israel, desencadenando una guerra en Gaza que pronto reverberó en Líbano, causando un notable impacto en Hezbolá, uno de los principales sostenes de Assad.
La ofensiva israelí causó numerosas bajas a Hezbolá y la muerte de su líder, Hassan Nasrallah.
El mismo día que entraba en vigor un alto el fuego en Líbano, los rebeldes sirios, liderados por los islamistas de Hayar Tahrir al-Sham (HTS) lanzaron un ataque sorpresa con el que se hicieron con Alepo, la segunda ciudad del país.
Sin apenas oposición, los insurgentes siguieron avanzando y tomando poblaciones, mientras que áreas del sur empezaban también a escapar de control del gobierno.
A medida que iba quedando claro que ni Rusia ni Irán podían no estar en condiciones de ayudarlo esta vez, la situación del presidente sirio parecía cada vez más precaria.
Las noticias de las últimas horas sugieren que Al Assad no pudo esta vez resistir el empuje de sus enemigos, con informaciones en varios medios de que abandonó el país en un avión privado.