La fuerza, sea bruta o manejada desde el talento comprado para sus servicios, siempre termina fracturada por la fragilidad que en sí encierra. Ella pasea con aires de matón de esquina, la del pillo que se asoció con el policía del barrio. Es común verle pavonearse, con actitud de perdonavidas que llaman, mientras se bambolea al pasar exhibiendo la embriaguez del poder físico.
Es parte de nuestras realidades, es la semilla primigenia de la historia humana. Caín con su quijada de burro asesinando a Abel, si nos atenemos a la mitología cristiana, comenzó el tránsito del abuso y la iracundia en nuestras vidas.
Frente a los desmanes del poder animal, ese dominio disfrazado de autoridad que impone una legitimidad dudosa, el débil, desde su humilde tesitura, se armó de resignación, astucia, valor, obstinación, y hasta de heroísmo cuando era necesario. Así fue y sigue siendo.
Tal vez una de las narraciones que mejor describen esa situación es David con una humilde honda abatiendo a Goliat. En la Biblia se lee en el Libro Primero de Samuel: “Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, de Gat, y tenía de altura seis codos y un palmo. Y traía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla; y era el peso de la cota cinco mil siclos de bronce. Sobre sus piernas traía grebas de bronce, y jabalina de bronce entre sus hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de telar, y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro; e iba su escudero delante de él. Y se paró y dio voces a los escuadrones de Israel, diciéndoles: ¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis. Y añadió el filisteo: Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo. Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo.”
Y en el otro lado un humilde pastor, el hijo menor de Isaí, que había ido al campamento a llevar comida a sus hermanos y unos quesos al jefe militar. Al llegar y escuchar del reto del guerrero enemigo se brindó como voluntario. Su hermano mayor lo insultó, lo acusaron de soberbio, y sin embargo insistió. Le ofrecieron coraza, espada y casco, que rechazó, fue al arroyo cercano, recogió cinco piedras, las metió en un zurrón que cargaba, y se plantó ante el energúmeno de casi tres metros de altura.
Sigue la Biblia describiendo el encuentro: “Y cuando el filisteo miró y vio a David, le tuvo en poco; porque era muchacho, y rubio, y de hermoso parecer. Y dijo el filisteo a David: ¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Y maldijo a David por sus dioses. Dijo luego el filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.”
El muchacho mantuvo la calma y esperó. Lo imagino lleno de incertidumbres y piernas temblorosas, pero con el aplomo suficiente para meter su mano en el bolso donde había guardado los guijarros. Sacó uno, lo puso en el centro de su honda, para girar su brazo con velocidad vertiginosa y soltar la pedrada que se clavó en la frente de Goliat, que cayó contra el suelo. Sigue la Biblia: “Entonces corrió David y se puso sobre el filisteo; y tomando la espada de él y sacándola de su vaina, lo acabó de matar, y le cortó con ella la cabeza. Y cuando los filisteos vieron a su paladín muerto, huyeron.”
Hay ocasiones en las que los patanes de turno parecen eternos, pero siempre hay un David, que los abate tarde o temprano. En el ínterin seguimos acoplándonos al medio ambiente donde nos toque sobrevivir, así sea con un diminuto pez en las manos y solitarios ante la inmensidad oceánica. Las sutiles herramientas que solo el talento otorga nos da la ventaja infinita que nunca podrá tener la fuerza del que oprime. Maduro, Cabello, Rodríguez, Padrino, Guaidó, Timoteo, Rosales, todos ellos puercos del mismo chiquero, terminarán a los pies de un país que les quedó inmenso.
© Alfredo Cedeño
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