
Ilustración: Juan Diego Avendaño
América Latina no figura en los mapas de la Casa Blanca. Es, sin embargo, la región que exhibe mayor unidad. Casi 650 millones de personas viven desde el río Grande hasta la Tierra del Fuego. Su diversidad racial, que no crea diferencias, es rasgo característico. Casi todos son cristianos (la mayoría católicos), hablan español o portugués y han manifestado repetidamente su adhesión a las formas republicanas. Aspiran a ejercer la democracia e imponer la justicia social: lo proclamaron en Carta de 2001. Pero América Latina no tiene voz decisiva en la política mundial. Ahora se la incluye en un vago “Sur Global”.
En los mapas de Donald Trump (no autorizados por el organismo internacional correspondiente) América Latina no tiene existencia propia, autónoma. Es un apéndice (como Canadá y Groenlandia) adherido a Estados Unidos, al que corresponde (por apropiación indebida) desde hace más dos siglos el término “América”. Ese que apareció impreso por primera vez en 1507 para identificar, más bien, una tierra del sur del Mar Océano. Pero, para el mandatario republicano, los de esas latitudes no son “propiamente” estados: carecen de “verdadera” soberanía y no tienen participación significativa en la producción económica mundial. Por eso, no les otorga mucha importancia. Pero, causan problemas: provocan la presencia de gran número de migrantes (más de los necesarios para cumplir tareas secundarias) y toleran el envío de drogas dañinas para la salud de la población de la superpotencia. Esa visión, aunque tiene antecedentes, no siempre ha orientado las relaciones de Washington con aquellos países.
La política de Donald Trump hacia América Latina (que no comparten muchos norteamericanos y, especialmente, los demócratas y los sectores académicos) contrasta con las adoptadas por otros mandatarios en momentos de dificultad. Miraron la región como un aliado, con papel importante para construir el futuro. Ahora en la Casa Blanca, se considera el sur del continente como especie de “patio trasero” (para guardar indeseados o chécheres inservibles) o granja/fábrica productora de bienes caseros. Antes del asalto final a la Europa nazi, el presidente F.D. Roosevelt forjó una alianza con sus vecinos: el mismo visitó Brasil (enero de 1943) para acordar sus términos y animó la convocatoria por el gobierno de México de una Conferencia sobre “la participación de América en la futura organización mundial”. Se reunió en Chapultepec (febrero-marzo de 1945) y produjo el Acta del mismo nombre. Intervención destacadísima tuvo en ella el canciller venezolano Caracciolo Parra Pérez.
Durante los años que siguieron a la II Guerra Mundial se pensó que América Latina jugaría papel importante en la reorganización de la comunidad internacional. Constituía el mayor grupo regional en la ONU (20 de los 50 miembros fundadores). Se adoptaron iniciativas para acercarse a la unidad económica (ALALC, Pacto Andino) y defender sus intereses económicos (fundación de la OPEP). Más importante: se iniciaron esfuerzos para establecer gobiernos democráticos sustentados en estructuras económicas y sociales más justas. Sin embargo, la continua insurgencia militar de una parte, y la revolución cubana de la otra, impidieron la evolución prevista. Al final del siglo, aun se trataba de retomar, con retraso, aquel proyecto. En efecto, parecía que el momento global – reformas de Deng Xiaoping, implosión de la URSS – era propicio. En el continente, se había restablecido la democracia en casi todos los países (especialmente en el Cono Sur) y emprendido una apertura en México.
La ilusión duró poco. En realidad, América Latina carece de unidad política, comunitaria. Desde la independencia, siempre fue esa una aspiración. Simón Bolívar, que comprendió (desde 1815) la imposibilidad de formar una solo entidad, propuso una alianza entre sus diferentes naciones. Pero, los intentos para lograrlo no han sido exitosos, aunque las Conferencias Panamericanas se sucedieron desde 1889 y la OEA (posiblemente la organización internacional más antigua) se estableció en 1948. Por otra parte, los dos grandes de la región pocas veces han mirado a los lados. México debió ocuparse prioritariamente de sus relaciones con Estados Unidos (que le arrebató el norte de su territorio) y sustenta una política de no intervención. Y Brasil se ha sentido siempre cerca de Europa (fue por 81 años, una monarquía de familia europea). En fin, la emergencia del “socialismo del siglo XXI”, que llegó al poder en varios lugares, impuso una profunda división.
La economía latinoamericana representa un porcentaje importante dentro de la economía mundial (aunque no sea de las mayores). El PIB regional (excluido el correspondiente a los países anglófonos del Caribe y Puerto Rico, dependencia de Estados Unidos) es de 6,88 billones de dólares, lo que significa un poco más de 6,48% del PIB global (106,17 billones de dólares). Se concentra (5,31 billones de dólares) en cinco países: Brasil (9ª 2.173 billones de dólares), México (12ª 1.789 billones de dólares), Argentina, Colombia y Chile. También su comercio de mercancías alcanza cifras altas: 807,2 millardos de dólares o 3,29% del global. Hasta hace poco estaba casi exclusivamente orientado hacia Estados Unidos. Pero ya no es así: China es el principal socio comercial de Brasil (157,6 millardos de dólares) y Chile y progresa en otros lugares (20,8% de las importaciones de México). Pero, la economía latinoamericana no satisface las necesidades y exigencias de los habitantes (647 millones, 8,03% de la población mundial). Requiere reformas, que no se emprenden.
En sus palabras y gestos Donald Trump no muestra preocupación por la suerte de los latinoamericanos. Sus medidas no están dirigidas a ayudar a los gobiernos de la región (como tampoco de cualquier otra) en programas de asistencia social. Ya ha decretado la supresión de servicios o de gastos que contribuían a mejorar la situación de los países más pobres. No cree en la tesis de la justicia social internacional. Sólo le interesa tratar de resolver algunos problemas de su propia casa, como disminuir los gastos oficiales y controlar la inmigración. Atribuye a los de entrada irregular (varios millones) el origen de todos los males: violencia, desplazamiento de trabajadores, pérdida de valores. Se ha propuesto devolverlos a los lugares que abandonaron, acosados por la pobreza o la falta de libertades. Nadie le ha dicho que han producido riqueza … y también contribuido al desarrollo cultural y científico. Sería largo el inventario.
Aunque Europa no comparte la visión de Estados Unidos –su pensamiento es más universal– a ratos pareciera renunciar a su asociación con América Latina. Hasta hace poco en el viejo mundo se consideraba que aquella región formaba parte de la misma civilización (greco-cristiana-occidental). Curiosamente, los precursores y los libertadores miraban así a los países que habían liberado (una especie de Europa transformada, que estudió el filósofo venezolano J. M. Briceño Guerrero) Pero, la situación ha evolucionado. Se ha impuesto otra idea. Replegada sobre sí misma, dedicada a construir su unidad, Europa ha olvidado renovar y mantener su relación con las naciones del sur del nuevo continente. Ya no ve en aquellas su continuación histórica (religión, cultura, pensamiento), sino un mundo diferente (convulso, inestable, atrasado). Las agrupa junto a otros pueblos lejanos y extraños a la tradición occidental, en una expresión equívoca: el sur global. Algunos dirigentes latinoamericanos han aceptado esa visión.
Aunque el término “Sur Global”, con antecedentes lejanos, comenzó a ser utilizado a finales del siglo pasado en informes económicos, se ha generalizado en las relaciones internacionales en los últimos años. Lo utilizaron primero algunos académicos y posteriormente voceros de varios gobiernos. No hace referencia propiamente a la ubicación geográfica de los integrantes (aunque la mayoría se ubica en el hemisferio sur), sino más bien a una posición política (global) frente a las potencias dominantes, y especialmente Estados Unidos y la Unión Europea. Así, constituye un grupo heterogéneo y disperso de pueblos (a veces enfrentados) de la “periferia” del mundo capitalista (democrático-liberal, de altos niveles de ingreso y desarrollo), que se consideran dominados por Occidente (el Norte). En enero de 2023 tuvo su primera reunión (virtual), organizada por el gobierno de la India. Fueron invitados 125 países de América y el Caribe (29), África (47), Europa (7), Asia (31) y Oceanía (11).
Es este momento oportuno para insertarse en la economía global y aprovechar oportunidades que beneficien a los pueblos de la región. El actual mandatario norteamericano aspira encontrar allí colaboradores para cumplir tareas sucias (como la expulsión de migrantes “irregulares”, atraídos por una ilusión de prosperidad). Los otros grandes (de cualquier geografía) pretenden reclutar “peones” que les sirvan en las maniobras de defensa o de ataque que les indican sus intereses. América Latina dispone de fuerzas propias para orientar los movimientos que le convienen; pero, requiere de estadistas que, más allá de las circunstancias, asuman la tarea como misión con historia.
X: @JesusRondonN
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