Esta semana dio inicio el 79 período de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (79 porque nunca dejó de celebrarse anualmente desde su fundación en 1945).
Somos conscientes que el tema no acapara el interés del público en general posiblemente debido a dos causas: a) los problemas domésticos que en muchos países suelen ser tan acuciantes que no dejan mucho espacio a los ciudadanos para ocupar su atención con los grandes temas que acosan al planeta en su conjunto y b) porque existe la generalizada impresión, no totalmente cierta, de que los temas que se exponen y debaten tras la fachada de cristal del edificio de la Primera Avenida en la ciudad de Nueva York, son casi siempre los mismos que año a año vuelven a la primera plana por unos días para luego ser relegados en las gavetas de los burócratas internacionales hasta la próxima Asamblea.
Sin embargo, no es por nada que año a año se reúnen allí casi todos los jefes de Estado o de Gobierno del planeta, quienes casi siempre aprovechan para solidificar alianzas o para profundizar diferencias, aparte del ritual de que cada uno de los 193 miembros tienen la oportunidad de expresar los lineamientos de su política exterior y exponer algunos de los logros y preocupaciones que tienen.
Entre las intervenciones más inusuales que allí se han visto está la del papa Paulo Sexto en octubre de 1965, oportunidad en que este columnista tuvo el privilegio de poder estar presente. O la memorable visita de Su Santidad San Juan Pablo II el 5 de octubre de 1990; o la escandalosa participación de Fidel Castro en 1960, cuando pronunció un discurso de más de 3 horas, siendo que el tiempo convenido es de 20 minutos; o la memorable pataleta de Nikita Khruschev en octubre de 1960, cuando se quitó el zapato para golpear la mesa porque estaba disconforme con algo que se estaba diciendo; o Yasser Arafat en noviembre de 1964, quien se presentó a la tribuna con una pistola en la cintura; o el deslenguado Hugo Chávez, quien el 20 de septiembre de 2006 insinuó que en el ambiente se olía a azufre porque allí acababa de estar el Diablo, siendo que el Diablo era el presidente de Estados Unidos, George W. Bush (h).
Los retos de hoy han cambiado y el discurso también, aunque no tanto. Cambio climático, Agenda 2030, Compromiso del Futuro, inteligencia artificial, defensa de la democracia que se reconoce está asediada y en retroceso, etcétera. A la hora de escribir y entregar estas líneas, aún no se ha escuchado la intervención del canciller de Venezuela, Yván Gil, como tampoco la del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, las cuales seguramente serán dos piezas teñidas de gran polémica.
A nosotros, los venezolanos, lo que nos resulta particularmente relevante es el hecho de que en numerosas intervenciones los oradores, incluidos el presidente Biden, la Unión Europea y la mayoría de los países americanos, han expresado alguna mención acerca de la delicada situación política que se vive en Venezuela con motivo del desconocimiento de los resultados de las recientes elecciones del 28J y solicitado reconocer el proceso con la mayor transparencia. Solo se solidarizaron con la dictadura venezolana hasta ahora Honduras y Dominica. Colombia, Brasil y México no se presentaron a la reunión convocada por el secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, dedicada a buscar y proponer alguna solución al espinoso asunto, excusándose en su condición de supuestos “mediadores” de una mediación ya fracasada aun cuando no esconden su adhesión al régimen, pese a que el presidente Lula da Silva ya parece estar perdiendo la paciencia con Maduro.
Como latinoamericanos parece apropiado aludir al discurso del presidente Javier Milei de Argentina, quien fiel a su costumbre informal -y a veces hasta grosera- criticó fuertemente y -con razón- a las Naciones Unidas por su propensión a emitir rimbombantes declaraciones que pocas veces conducen, según él, a acciones concretas. Por eso anunció la solitaria “desvinculación” de su país tanto de la Agenda 2030 como del Compromiso del Futuro, ambos acogidos por la casi totalidad de los Estados miembros. Milei caracterizó a ambas iniciativas como producto del “socialismo progre” al que dedicó severos epítetos para finalizar su discurso profiriendo su acostumbrado grito de guerra “viva la libertad, carajo” que en definitiva no es gracioso sino un irrespeto a la majestad del lugar y la formalidad de la reunión. Guardando las distancias y comparando lo comparable poco se diferencia de aquello de “patria, socialismo o muerte” con que el Titán de Sabaneta culminaba sus discursos e impuso como sello a todas las comunicaciones gubernamentales.
Entendemos que en reuniones bilaterales se pudo haber abordado el reconocimiento a Edmundo González Urrutia como presidente electo en los diferentes grados de compromiso que se han visto hasta ahora: a) pleno reconocimiento b) reconocimiento verbal sin mayor compromiso c) exigencia de que se muestren las actas para poder pronunciarse.
Antes de concluir estas líneas es conveniente tomar nota del hecho lamentable pero cierto de que el escaño de Venezuela en Naciones Unidas lo ocupa la representación de la dictadura y que en el concierto de las casi dos centenas de Estados miembros no son la mayoría, sino la minoría, quienes acompañan a los demócratas venezolanos en su heroica y ya prolongada lucha por restablecer la paz, la concordia la libertad y los derechos humanos en Venezuela.
@apsalgueiro1
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