Por décadas los blancos (de raza) ingleses y holandeses mantuvieron, siendo una gran minoría, sometidos, aplastados, a los negros oriundos del país, una enorme mayoría. Se produjeron rebeliones que fueron rápida y sangrientamente sometidas y en Suráfrica se mantuvo a sangre, fuego, cárceles y ejecuciones el tristemente célebre régimen del “apartheid”, es decir, los negros por ser negros sometidos y apartados, y los blancos por serlo al mando del enorme país en lo político, el mandato y la fuerza.
Los blancos –llamados “afrikáners” se estancaron y endurecieron todo el país separando, arrinconando y negando todos sus derechos a los negros, un sistema infame que no cambió a pesar de los cambios del mundo, una excepción vergonzosa y brutalmente racista, sistema con el cual llegaron a ser únicos en el mundo a pesar incluso de la caída del racismo estadounidense y de la creciente mecla de razas en el mundo entero.
Hasta que, ya en pleno siglo XX, la mayoría negra nativa y la presión mundial se impusieron, la minoría blanca no tuvo más remedio que abrirse a unas elecciones en las cuales los negros pudieron participar, y de las cuales surgió el mandato de cuatro años de Nelson Mandela, el más importante de los dirigentes surafricanos tras una larga vida dedicada –incluyendo casi treinta años de cárcel- al reconocimiento de los derechos de los surafricanos originarios. Desde entonces en Suráfrica se logró lo que ya otros pueblos llevaban siglos teniendo, la igualdad de estudios, trabajo, ejercicio de toda actividad sin que el color de la piel tuviese la menor importancia.
Ya Nelson Mandela, quien fue el primer Presidente de un país igualitario y cumplió a cabalidad su período presidencial para después regresar envuelto en gloria, respeto popular y dignidad, a su casa, donde después murió en paz ya anciano, es historia.
Pero es precisamente ese mismo pueblo que tanto luchó por la igualdad humana, apoya a los asesinos fanáticos que han jurado borrar del mapa a uno de los pueblos con más larga y relevante historia, los judíos. El Gobierno surafricano denuncia a Israel ante la justicia internacional por defenderse de las declaradas intenciones homicidas y racistas de los fanáticos de Hamás, Hezbollah, Qatar, Irán y los hutíes que pretenden poner su sangriento grano de arena atacando al comercio mundial, bien armados y fanatizados por ese poder infernal de retorcida interpretación de Dios, a quien llaman Alá, de su profeta Mahoma y del libro sagrado, el Corán, que pretende ser voz y testimonio de Dios.
Que semejante actitud calumniosa y falaz se comprenda en bárbaros embrutecidos como los palestinos, acomplejados porque nada son capaces de producir y sólo cómen, sobreviven y tienen agua, electricidad y territorio por voluntad de Israel, no significa que pueda aceptarse en un Gobierno como el surafricano de hoy, representante de un pueblo que debió luchar, ver aherrojados todos sus derechos humanos y como nación, asesinado y aplastado por el enormemente injusto racismo de una minoría blanca con las armas y el poder en las manos.
Se entiende en los religiosos iraníes y en el egoísta compromiso catarí y otros fanáticos del islamismo tergiversado, los mismos asesinos de la sede de la AMIA en Buenos Aires, de las sorprendidas y desesperadas de cuatro aviones asaltados y de las Torres Gemelas, del infame Califato de ISIS y otras barbaries, los mismos que luchan como ratas dentro de túneles que se amparan en escuelas y hospitales civiles, usando a niños y mujeres como escudos, secuestrando y asesinando niños, mujeres y civiles, pero no en el Gobierno de un país que luchó por décadas contra la aberración racista, herederos de héroes de la lucha de los pueblos por sus derechos como Nelson Mandela.
Ver a líderes del Gobierno de la actual Suráfrica agredir judicialmente a los israelíes por defenderse de los homicidas y demás fanáticos, es una muestra patética del antisemitismo, esa vieja injusticia que lleva siglos avergonzando a la cristiandad.
Tristemente Suráfrica tiene hoy un Gobierno traidor a los derechos humanos y a su propia historia.