A propósito de la retrospectiva Postura y geometría en la era de la autocracia tropical, que recorrió museos y centros culturales de Madrid, Buenos Aires, Ciudad de México y Bogotá entre 2022 y este año. La muestra fue organizada en España, donde Apóstol reside hace más de 20 años, y no en Venezuela.
Por ALBERTO FERNÁNDEZ R.
La geometría, esa encarnación de las formas elementales del arte, es la imagen dominante de la fecunda tradición abstracta en Venezuela. Y como imagen susceptible de resignificaciones constantes, en un proceso análogo al que experimenta el signo lingüístico, este repertorio artístico ha permitido a diferentes generaciones formular algunas de las obras capitales de la historia del arte venezolano, desde su irrupción definitiva a finales de los años cuarenta hasta la actualidad. Es decir, la geometría ha devenido en vanguardia con los jóvenes del Taller Libre de Arte, canon oficial con el cinetismo y, finalmente, una suerte de ruina (simbólica) sobre la que se ha construido parte de la producción contemporánea del país, como bien lo informa la obra de Alexander Apóstol (Barquisimeto, 1969). Es apremiante matizar que ese concepto de ruina se aleja de cualquier connotación negativa, y remite a ese valioso vestigio o estructura que sobrevive al proyecto moderno. Para artistas como Apóstol, la geometría es una ruina en términos casi arqueológicos, pues la concibe como un acervo, como la base de una sólida cultura visual.
Teóricamente, los artistas que trabajan con estas ruinas de la modernidad pueden dividirse en dos grandes grupos. Por un lado, quienes insisten en continuar las investigaciones de los maestros abstracto-geométricos, apoyándose en sus obras como si estas fueran unos cimientos, e incorporando a sus prácticas nuevos materiales y procedimientos técnicos derivados del avance tecnológico. Siempre entendiendo que el legado de Jesús Soto, Gego, Alejando Otero, Carlos Cruz-Diez o Mercedes Pardo es irrepetible, que dicha herencia intelectual es punto de partida y no de llegada, y evitando que sus trabajos constituyan yermos ejercicios de la academia geométrica local. En este primer grupo destacan Magdalena Fernández y Elías Crespín. Por el otro lado, están esos artistas que hacen una oportuna revisión de todo el proyecto moderno —faraónico, inconcluso y no pocas veces contradictorio— aunada a la deconstrucción de dicha tradición artística. Resulta interesante que lo hacen apropiándose de las formas de los mismos maestros abstracto-geométricos para transformarlas en dispositivos críticos. Se trata de una geometría muchas veces asimilada por el conceptualismo, o un arte conceptual travestido de geometría, que tiene entre sus principales cultores a Eugenio Espinoza y Alexander Apóstol.
¿Qué función cumplen las fotografías y videos de Alexander Apóstol en el relato del arte venezolano? ¿Puede un arte como la abstracción geométrica, inventado hace más de un siglo y reinventado en tantas oportunidades, tener vigencia en el contexto artístico venezolano actual? ¿Por qué “un campo de investigación de tan escasa fertilidad” —Rosalind Krauss usó tal calificativo para referirse a la retícula, uno de los principales significantes de este repertorio— sigue despertando el interés de algunos de los mejores creadores del país? (1) ¿Qué más tienen por decir unas formas geométricas como las que formula Apóstol?
Cuando afirma que la originalidad del arte es un mito, la misma Rosalind Krauss ofrece, indirectamente, las respuestas a varias de estas preguntas. Es decir, el mérito de creadores como Vasili Kandisnki, Kazimir Malévich, Piet Mondrian o Hilma af Klint no está en ser los inventores de las formas abstractas, sino en el trabajo que realizaron con dichas formas, cuyo origen es difícil de determinar con exactitud y, en todo caso, habría que situar en la prehistoria con los artistas primitivos. El debate cronológico, en este punto, resulta estéril. El mérito de esos maestros modernos está, realmente, en sus sofisticados tratados sobre el espacio, el color, el movimiento o, incluso, un difuso concepto como la espiritualidad. Guardando las proporciones, y siempre en relación con el proceso más que con el resultado, eso mismo han hecho algunos notables artistas venezolanos como Apóstol: utilizar de manera consciente un repertorio dado para comunicar conocimiento. En otras palabras, resignificar el significante.
En esencia, la obra de Apóstol es conocimiento expresado; la función decorativa queda anulada por su urgencia por decir. Este artista revisa la convulsa historia política venezolana, desde la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, pasando por los gobiernos democráticos, hasta desembocar en el falazmente autodenominado socialismo del siglo xxi. Y con ello contamina la geometría, las otrora formas puras, esas ruinas de la modernidad artística. Pero no se detienen ahí. Apóstol realiza dicho examen, afortunadamente, teniendo en cuenta la diversidad étnica y sexual del país, tan desdibujada, cuando no condenada a la oscuridad, a lo largo de esa misma historia. Aquí es imperativo resaltar su trabajo con mujeres transexuales —por lo general racializadas y, por ambas condiciones, condenadas a la exclusión— pues ve en ellas una metáfora de esa sociedad que tantas veces ha mutado su identidad, que ha cambiado de piel al vaivén de la política. Apóstol se atreve a poner en valor esas realidades que fracturan los discursos dominantes del mestizaje y la heterosexualidad normativa, con los que todavía se pretende dar unidad a la nación. Dicho gesto es sumamente significativo, incluso se revela necesario, al considerar que Venezuela es uno de los países más reaccionarios frente a las luchas de los feminismos, las disidencias sexuales y las minorías étnicas en el contexto latinoamericano.
Resulta paradójico —por no decir lamentable— que la misma sofisticación que proyecta el trabajo de Apóstol a nivel internacional explique el silencio de los museos venezolanos respecto a su obra. Valientemente, este artista ha cuestionado al gobierno actual, señalando su carácter autoritario, demagogo y profundamente conservador, con obras fundamentales como sus proyectos Ensayando la postura nacional (2010) y Régimen: Dramatis personae (2018). Es bien conocida la intolerancia a la crítica de las autocracias. A esta situación se suma que la política cultural del chavismo ha privilegiado un arte de cuestionable valor conceptual, formal y técnico. La finalidad pareciera ser el empobrecimiento de la cultura visual venezolana, al hilo de lo que sucede en los demás ámbitos del país. Resulta lógico, entonces, que la producción de Apóstol, signada por su aguda inteligencia y el refinamiento formal, no se ajuste al canon oficial y, como pasa con la mayoría de los mejores creadores venezolanos contemporáneos —muchos de ellos en el exilio—, carezca del apoyo institucional que fue decisivo en el desarrollo de la escena artística local. Ojalá, más pronto que tarde, Apóstol sea profeta en su tierra y el gran público pueda ser interpelado por su geometría travestida.
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