El cáncer de mama es la primera causa de muerte oncológica en la mujer venezolana. Comparte el gerente general de la Sociedad Anticancerosa, Juan Saavedra, que mueren un total de 10 todos los días.
La proyección para finales de 2024 es de 5.706. La situación es crítica y la cifra sigue en aumento: para 2025 diagnosticarán, asegura, alrededor de 25 mujeres cada día, 9.128 mujeres con cáncer de mama al terminar el año.
Janet Esmeralda Ávalos Blandín es parte esa estadística. Y aunque sigue viva, refleja la realidad de miles de mujeres que luchan contra esta enfermedad en un contexto de grandes carencias en el que urge tomar medidas para enfrentar lo que, hoy día, expertos consideran una epidemia.
27 de mayo de 2023
Treinta y cuatro. A esa edad le dijeron que tenía cáncer de mama y su panorama no era favorable.
Para compartir su historia, Janet viaja en una máquina del tiempo a su pasado. Hizo las paces con el dolor cuando se dio cuenta de que hablar de él también cura.
A veces se ubica, sin querer, en aquel baño silencioso, frío, recordando ese punzante dolor que sintió tan de repente en ambas axilas y que la obligó a romper el círculo de risas, baile y celebración de aquella fiesta infantil familiar.
No pensó gran cosa. Parecían abscesos. Se pondría, al llegar a casa, mentol. O una matica. O una cremita. Sin drama. Si lo pensaba bien, tenían aspecto hasta de vellitos encarnados, se convenció.
Pasó una semana y nada cambió. Seguían ahí. El mentolsito no hizo lo suyo, tampoco la cremita, y aún sin preocuparse, se dirigió a una clínica popular del sector donde reside, en Mariche. Quien le atendió –después de palpar y revisar– confirmó su primera impresión: abscesos.
“Tómate unos antibióticos y vienes dentro de una semana”, le dijo. Y así lo hizo.
Estaba tranquila y siguió echándose su pomada. Le tenía fe porque los remedios de las madres, los caseros, lo curan todo.
No en su caso. El absceso derecho, después de otros 7 días, “había drenado, pero el izquierdo no. Tiene un puntico blanco y todo, ¿ves?”
“A eso hay que meterle mecha ya”, le dijo la doctora a Janet, quien escuchando la sentencia se levantó y salió del consultorio sin dar vuelta atrás. Aterrada.
Janet siguió tomando los antibióticos. «Por no dejar». Los abscesos, no obstante, siguen ahí, mirándola. Sin drenar. Es cuando una amiga la convence de ir a un CDI cercano. «Tienen mejor reputación”, le dijo.
Recuerda a un cubano “bien chévere” que le hizo un eco en el que no se reflejó nada. Pero cuando se vio con el ginecobstetra, porque la remitieron a ese especialista para revisión también, muy molesto le dijo: “Este caso, claramente, necesita quimioterapia. ¿Cómo te dijeron que no se veía nada?”.
El zumbido en los oídos no la dejó concentrarse, su cuerpo se puso en estado de alerta, comenzó a preocuparse. ¿Quimio?, se dijo. Debía hacerse, urgente, una punción y una biopsia. ¿Cómo, dónde y con qué dinero? Los estudios costaban, cada uno, entre 200 y 300 dólares que no tenía. Lloraba pensado cómo había llegado hasta ese punto.
Buscando y preguntando, la esposa de su padre es quien le habla de la Asociación de Damas Salesianas de Don Bosco. Respiró tranquila, le dirían que hacer. “Vamos a empezar por hacer las cosas bien”, fue lo primero que salió de la boca de la Dama Rosa al verla y apareció el doctor Óscar Martínez, una bendición según recuerda, quien le hizo su primer eco mamario.
No arrojó nada tampoco. El seno estaba bien. Pero cuando pasó la máquina por los costados axilares, su rostro confirmó el diagnóstico que tanto temía. Le hicieron urgente, y sin ser candidata por su edad, una mamografía.
Era 9 de junio y necesitaba también la punción que nunca logró hacerse a tiempo porque tampoco se conseguía la aguja para hacerla. No existía en el país.
¿Ni siquiera en la Sociedad Anticancerosa de Venezuela? Para la fecha, incluso hasta el día de hoy, Janet Ávalos no sabía que existía, confirmando uno de los mayores temores de su gerente general, Juan Saavedra.
“En Venezuela, no hay educación sobre el cáncer de mama. Por eso hay tantas muertes. Si no existe alfabetización oncológica, diagnosticamos muy tarde a nuestras mujeres”.
Carcinoma ductal infiltrante
Fue en agosto que pudo conseguir la aguja para hacerse la punción. Ese mismo mes, el día 22, le dijeron que era positiva para cáncer de mama.
Su estado no era óptimo: estaba en etapa tres, es decir, muy avanzado. “Se estaba moviendo ya a otros lugares. Ya tenía metástasis en la zona axilar izquierda”, explica, tal cual médico, Janet.
Nada la detuvo. Con diagnóstico en mano comenzó a moverse por todos lados. En el Hospital Dr. Domingo Luciani se lo tiraron en la cara. Le dijeron que fuese a la Clínica Dispensario Padre Machaho. Así lo hizo. Siempre dando las gracias con una sonrisa. A pesar del desdén y el agravio, de las respuestas que más consiguió.
Como no tenía a la mano la inmunohistoquímica (procedimiento que tiene como objetivo detectar, amplificar y hacer visible un antígeno específico), en el Padre Machado le dijeron que tenía que esperar a ser atendida el siguiente año.
Imposible. Tenía el tiempo en contra.
Se dirigió al Hospital José María Vargas y tampoco logró que la atendieran hasta que las Madres Salesianas de Altamira le dijeron que acudiera a SenosAyuda. La atendieron en menos de 24 horas.
Lloró como nunca, recuerda. Pero eso sí, nunca le cuestionó nada a Dios. No hubo, dice, un por qué a mí o por qué yo. Nunca. Solo se repetía que, si esta prueba estaba en su camino, necesitaría las fuerzas necesarias para transitarla. Así que las pidió.
Su capa de ‘mujer que todo lo puede’ solo se la quitó el día que le dijeron que su vida no volvería a ser la misma. No se la quitó ni cuando la primera mastóloga que la atendió le quitó las esperanzas de vida, agarrándole la mano y repitiéndole que se aferrara, como única opción, a José Gregorio Hernández.
“De 1.000 mujeres, tú corriste con la mala suerte de tener este tipo de cáncer. Te queda poco”, le dijo.
Sigue recordándola como la persona más insensible que se cruzó en su camino.
Como buena Virgo, subraya, aún vibra en sus labios la respuesta que le ofreció cuando la especialista completó la conversa con un “Janet, pero llora”. Quitándole de encima la mano que se atrevió a agarrarle, contestó seca: “No doctora, no tengo más tiempo para llorar. Muchas gracias…”.
No recuerda, tal vez no quiere decirlo, su nombre. Pero sí que trabaja en el Centro Médico San Román.
Cáncer de mama, fe y una mentira
No perdió la esperanza. Tampoco la fe. Nunca se lo permitió. Pero la falta de dinero que le procurara salud, o un seguro, la hicieron dudar muchas veces.
Agradece por la fortaleza a su tía, tan protagonista como ella en su historia por el apoyo, las palabras y las ganas de seguir a pesar de todo.
Hizo rifas, limpió, vendió comida, incluso al salir de sus sesiones de quimioterapia. “La vida tenía que continuar para mí, tenía que producir para vivir”.
La quimio también fue complicada. Quedaba agotada: profundas náuseas, vómitos espontáneos y dolores insoportables. Ni las pastillas para descansar surtían efecto.
“Pasé por varias. Mi primera, la roja que te tumba el pelo, la doxorubicina, no me pegaba tanto. Pero cuando me la cambiaron en diciembre porque el tumor con las primeras sesiones no redujo, sino que redobló su tamaño, los síntomas empeoraron”, describe. “Por como crecía el tumor, deciden ponerme las inyecciones de carboplatino, tan fuertes que me quedé hasta sin dientes. Me ponían 750 mg/m2 de carboplatinos y 250 mg/m2 de docetaxel. Eso me noqueaba. Me quedaba dormida en toda la sesión que eran de 5 o 6 horas. Me las hacían cada 21 días”.
En principio le tocaron 8 ciclos, 4 de un tipo y 4 de otra. Y es clara: no sabe si se meterá en problemas por decirlo, pero tuvo que “jalarle mecate” a su doctor para que le pusieran 2 más. En aquel entonces seguía sin tener dinero para hacerse la cirugía.
“Debía operarme en febrero de 2024 y no tenía ni la cuarta parte de la suma. Le mentí y le dije que los efectos colaterales no eran tan fuertes. De verdad, fue lo único que pensé para poder tener el tratamiento mientras conseguía dónde y cómo operarme”, confiesa la sobreviviente.
“No quería empeorar. Si el tumor seguía creciendo poniéndome quimio, imagínate sin ella”.
Cuando lograron conseguirle el cupo para la operación, 7 meses después de las quimioterapias, el seno ya estaba negro. Era una desproporcionada y desagradable masa deforme con texturas. El tumor había brotado horriblemente.
Un ángel en su camino
Familiares por parte de mamá sufrieron de cáncer: desde próstata y útero hasta de pulmón. Aunque no de mama. Janet fue la primera, espera que la única y última.
En SenosAyuda, subraya, además de apoyo encontró a quien fue su ‘ángel’, el doctor Gabriel Pérez, quien paradójicamente, años atrás como médico residente, también operó a su mamá. Murió de cáncer y Janet está convencida de que fue la encargada de poner al doctor Pérez en su camino, como una señal divina.
Después de tanta desesperación, tanta búsqueda y rechazo, la ONG le dio la buena noticia de que el 27 de abril de 2024, casi un año después de su diagnóstico, al fin, sería exonerada de pagar la cirugía que le salvaría la vida.
Le hicieron lo que se conoce como una mastectomía radical, que significa quitarle todo el seno, el izquierdo, que fue el que más sufrió. Le realizaron también una extracción de 18 ganglios de los cuales 8 salieron positivos para macrometástasis.
La operación la limpió completamente.
Janet Ávalos, la heroína con almohaditas en el sostén
Está libre de cáncer. Solo sigue en tratamiento para evitar cualquier susto a futuro y “para matar cualquier residuo que haya quedado por ahí”, según le dijo su doctor.
No obstante, le falta completar su ciclo de pastillas de Capacitabina, que debería culminar este domingo 20 de octubre, aunque no sabe si podrá comprarlas porque le falta dinero. Pero, como dice, siempre se resuelve.
Las náuseas, vómitos, dolores en el cuerpo y cansancio continúan, pero con un cuerpo sano. Y también un mejor mindset.
Así pues, se aferra al amor de su hijo Matías, de 8 años, y al de su sobrino Leandro, de 10, para enfocarse en una sola cosa: estar bien. “Ellos me necesitan”.
¿Qué viene después? ¿Más sesiones de quimio? ¿Una operación reconstructiva? ¿Un largo camino de recuperación emocional y psicológica? Todas, o eso espera.
La última, espera conseguirla en un futuro cercano.
“Es un choque verme al espejo. Me hago la fuerte, pero la psiquis no juega carrito. Me tuvieron que mutilar, y eso es un recordatorio constante de que tuve cáncer”, dice.
Sin embargo, y entre risas, explica que se refugia en el uso de 9 gomitas o rellenos de las copas de sostenes dentro del suyo. Con eso le basta por ahora.
“Regálame el pushup de tu brasier”, le pedía a sus amigas y conocidas. “Pero en SenosAyuda, esta semana, de hecho, me ayudaron con una prótesis de prueba que le llega a la fundación. Se ‘apiadaron de mi’ cuando les mostré las almohaditas de los sostenes que tenía recopilados”.
Recomienda manifestar en positivo. ¿Suena cliché? Sí, pero funciona. “Este cáncer no es mío, no es de mi cuerpo, esto se va a ir”, se dijo. Y así fue.
“Quiero recomendarles a las personas con cáncer que tengan fe. Ser positivas y aferrarnos a lo que más queramos en esta vida; que tengamos el coraje de vivir, porque vivir lo puede hacer cualquiera. Lo dijo Frida Kahlo, mi ídolo. Hablemos, drenemos. No es fácil, lo sé, pero nada ganamos con ser herméticos y quedarnos callados. Busquemos consuelo, que siempre hace falta. No evitemos decir cosas o esconder cómo nos sentimos. Dios da las fuerzas, claro, pero nosotros tenemos que ser el instrumento de eso”, subraya.
Y, por último, pide, que no le digan a una paciente con cáncer guerreras. «Heroínas, somos heroínas».
“No estamos guerreándole al cáncer, le ganamos. Lo vencemos. No creemos una guerra. Mejor, seamos las heroínas de nuestra propia historia”.
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