Hubo una época en la que se podía ir a las sedes de Últimas Noticias, El Universal o El Nacional y pedir, con fecha en mano, ediciones de periódicos para hacer consultas.
Recuerdo que en Últimas Noticias había un trabajador cubierto con un traje y guantes que, luego de obtener los datos necesarios, sacaba los periódicos de manera organizada y los ponía, bien protegidos, sobre una mesa grande para que el usuario los hojeara. La última vez que pasé por ahí me dijeron que el servicio no estaba funcionando. Poco se puede decir de El Universal: el edificio en la avenida Urdaneta suele estar desolado y repleto de desechos. En El Nacional, con Freddy Jiménez a la cabeza, la atención fue siempre de primera hasta la expropiación de su edificio en Los Cortijos.
Uno de los pocos lugares donde aún es posible consultar periódicos es la Biblioteca Nacional. Con sus limitaciones, como la falta de material para anotar la data o las cajas deterioradas, los empleados suelen conocer muy bien el sistema tras años en la institución. La pregunta es cómo actualizan el archivo si El Nacional dejó de circular como impreso en 2018, El Universal ha estado inestable en los últimos años con el papel y la versión impresa de Últimas Noticias es muy limitada. Descartando diferencias ideológicas: ¿qué va a pasar con la memoria del país?
No puede depender, claro está, de las páginas web si cada vez que hay un rediseño miles de artículos desaparecen de golpe. Tampoco de los videos de aplicaciones como YouTube o TikTok porque sus dueños tienen la potestad de desaparecer los contenidos que no les convengan. Quizás lo ideal sería la emisión de publicaciones en PDF como la que cada semana entrega el Papel Literario. Es una forma de rebeldía presentarles a los lectores un producto digital que, bien resguardado, quedará para la posterioridad y que servirá a profesionales como historiadores, sociólogos o periodistas a la hora de estudiar el pasado, pero sobre todo a las instituciones que deberían resguardar la memoria.
En respuesta, en los últimos años se han publicado libros que advierten del peligro que corre la memoria que servirán, sean ficción o testimonio, como documentos en el futuro para entender este presente desolador.
En Diorama, de Ana Teresa Torres, el escritor Dimas intenta rescatar la memoria con un proyecto al que llama “Museo de los lugares perdidos”, el cual consiste en hacer registro de lugares que han desaparecido de manera repentina mientras la dictadura gobernante persigue cualquier signo de crítica, reflexión o tristeza. La condena a dicha emoción no es algo casual: el mundo distópico en el que vive Dimas se llama Reino de la Alegría, nombre que emula al Viceministerio para la Suprema Felicidad Social, creado en 2013 por Nicolás Maduro.
La dictadura del Reino de la Alegría no se limita solo a desaparecer lugares, también empieza a confiscar bibliotecas personales porque podrían contener textos críticos, ordena que en el Instituto Nacional de la Reseña, dedicado a la escritura de reseñas de libros, solo se escriban textos felices y, por último, llama a la población a construir dioramas de espacios como zoológicos o parques, de manera que podrían garantizarse lugares herméticos en los que no haya ningún tipo de oposición o tristeza.
Los lugares que desaparecen en Diorama lo hacen sin aviso, como si nunca hubiesen estado ahí, y si alguien intenta preguntar por lo que alguna vez fue, aparecerá algún sujeto sospechoso que le pedirá al curioso que se largue. No se sabe si es un funcionario, un policía o un militar, simplemente está ahí para evitar que el recuerdo se sostenga. En el país, quizás el mejor ejemplo de esto sean las librerías, que desaparecen una tras otra con contados dolientes. Por mencionar un par: la Lugar Común de Altamira, en una época tan visitada y querida por los lectores, es ahora una farmacia y la librería Suma, en Sabana Grande, dejó de existir hace al menos seis años con una historia legendaria que incluye visitas de Rómulo Betancourt, Adriano González León u Orlando Araujo.
Gracias a uno que otro blog o fotos en las redes podemos saber que en esos espacios hubo librerías.
Otro libro reciente, Ficciones asesinas, de Krina Ber, construye una distopía repleta de humor donde el GOB, como denomina la escritora al gobernante régimen orwelliano, planifica en secreto desaparecer a todas las personas ancianas para garantizar que nadie recuerde el “Antes”.
Ese Antes, escrito en mayúsculas, podría representar una época mejor o distinta, en la que quizás había prosperidad y normalidad. No sé si podría ser una emulación de la llamada “cuarta república”, pero sí queda claro que cuando hay regímenes tiránicos es muy probable que haya existido un período de tiempos mejores y con un sistema institucional fuerte que, al arribar la tiranía, es aprovechado para oprimir a los que están debajo.
Esos viejos, esa memoria, resulta un peligro para el GOB porque saben que la presencia intangible de esos recuerdos podría, a la larga, hacerles tambalear en el poder.
Una novela más reciente, Atrás queda la tierra, de Arianna de Sousa-García, narra el testimonio personal de su autora, una treintañera que tuvo que abandonar sus sueños como periodista y migrar a Chile porque la vida en Venezuela se le hacía imposible entre los apagones, la persecución y la precariedad. Considero que este libro —a veces poema, a veces crónica, a veces testimonio, a veces reportaje— nos ofrece un acercamiento más familiar e íntimo de la migración porque la narradora se la cuenta a su hijo pequeño y porque hay una interpelación a su padre, que vivió la democracia y sin embargo apoyó con pasión a la revolución bolivariana.
Si bien los periódicos han desaparecido y prácticamente todo el sistema de medios está disminuido, libros como el de Sousa-García dejan un reflejo de las tensiones que provocó la llegada del chavismo al poder a finales de los noventa. La escritora sabe que esa memoria será importante y lo deja claro cuando reflexiona al respecto en uno de los capítulos: “Tener memoria de elefante, traer a la memoria, recorrerla, acordarse, conservarla y presentarse de nuevo en el recuerdo. Presentarse de nuevo en el recuerdo todas las veces que sea necesario de todas las maneras posibles”.
Sin hemerotecas más allá de la que tiene la Biblioteca Nacional, con sus precariedades, librerías desapareciendo, televisoras que no realizan trabajos de profundidad y páginas web que no garantizan la permanencia de las publicaciones, lo que vemos es la procura de manipular la memoria como lo señalaba Todorov, que advertía que las tiranías del siglo XX habían sistematizado la apropiación de la memoria y aspiraron a controlarla hasta en sus “rincones más recónditos”.
Es gracias a la memoria que hoy contamos con enormes registros como Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn o Vida y destino de Vasili Grossman, es gracias al Informe Vrba-Wetzler, ambos escapados de Auschwitz, que se pudo detener la deportación de judíos de Hungría. Por eso los Reinos de la Alegría o los GOB van a preferir siempre construirla a su manera o, por el contrario, desaparecerla por completo.
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