«En el pasado, entidades como los periódicos, las emisoras de radio y los partidos políticos actuaban como porteros, ya que decidían a quién había que escuchar en la esfera pública. Las redes sociales socavaron el poder de estos «porteros», lo que condujo a una conversación pública más abierta pero también más anárquica»
Yuval Noah Harari
(«Nexus. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA», Debate, 2024: 567)
Las redes digitales constituyen un medio, un instrumento o una herramienta que no se justifican en sí mismas, sino en correspondencia con el fin por el cual se crea cada cuenta individual y cada agrupación de cuentas por las distintas aplicaciones que surgen día a día en el mercado social que los accede. Vale decir, si gustamos del deporte, no parecería tanto de ocuparnos de los asuntos agrícolas y, seguramente, fracasaríamos porque ningún interés tendría un basquetbolista o un caficultor en tratar materias que les son ajenas o arriesgarse a perder el tiempo con datos de una fuente que no genera la suficiente confianza. Quizás la excepción sean aquellas cuentas que tratan de la farándula internacional y criolla, pero gozan de un extraordinario éxito cada vez que se meten con el tema político.
Paradójicamente, en desmedro de cuentas y portales de políticos, de los que se dedican a hacerla, o de los que tiene años cubriéndola académica y periodísticamente. Y todo el fenómeno se debe a la farandulización de la política concebida como un espectáculo constante como lo tratamos en otros artículos, convertida en un trance enfermizo de chismes que permiten crear laboratorios de guerra sucia que afecta a un país como el nuestro, además de la censura, con una enorme brecha digital.
Buena parte de la dirigencia partidista y de la social (sindicatos, gremios empresariales, profesionales, deportivos, etc.), tiene un domicilio digital, por decirlo de alguna manera, en las principales referencias electrónicas (X, Facebook, Instagram, WhatsApp, Telegram, QickShare, Signal, Bluetooth, Mleet, Tik-Tok, Snapchat, Youtube, Discord, Spotify, WeChat, Douyin, Tinder, Amazon, eBay, Voox, Reddit, Twitch, Linkedin, Pinterest, entre muchas otras). Ciertamente, todas ellas se pueden agrupar en redes que se especializan en el intercambio cotidiano de comentarios personales, informaciones y operaciones comerciales, en la trasmisión de noticias, conocimiento y data tecno-científica; en la sola recreación de imágenes y videos; en la prevención meteorológica o en el mercado laboral, por ejemplo; pero cada vez menos en los asuntos políticos, ya sea por falta de interés o, quizá, por manejo de contenidos pocos atractivos.
En verdad, hay servicios digitales de libre acceso, como los enunciados, que trata un poco de todo, cada vez más desespecializados en la política y cada vez más expertos en su banalización. Y para esto, es lamentable constatarlo, nunca se prepararon los líderes y partidos genuinamente democráticos con un doble agravante. En efecto, las organizaciones reconocidas de la sociedad civil pasan agachadas, desentendiéndose del asunto, inclinadas a hacer causa común con la antipolítica, y con los líderes y partidos autoritarios, autocráticos y totalitarios.
Refiere Yuval Noaḥ Harari en su último libro, publicado en el presente año, que el debate público se ha anarquizado porque no está canalizado, o debidamente canalizado a través de las instituciones que le conceden la correspondiente valoración y acreditación política. Para nadie es un secreto que el chavismo ascendió al poder gracias a la política, a la solidez de instituciones que aún funcionaban y, además, del uso de la fuerza. Este grupo se ha visto favorecido tanto por la antipolítica que desplegó a través de un populismo radical e irresponsable, como de la antipolítica de sus oponentes.
Esto hace que no haya interés de ningún lado en reorganizar la vida cívica del país, dándoles un justo lugar a sus actores, que son ahora objetos de inclementes ataques virtuales, de cayapas electrónicas antes impensables, de un tiroteo informático que los mata moralmente, al mismo tiempo que permite sobrevivir a los auténticos pillos, malhechores y malvados. Ocurre en otros países, es una verdad inocultable como también lo es que tienen peso y contrapeso democrático, una limpia administración de justicia y niveles muy convincentes de libertad de expresión. Permítanme dudar que por estos predios vivamos una situación semejante.
Así las cosas, en un momento en el que tantas corrientes se benefician de la desconfianza en la política, Venezuela no escapa de esta situación porque la antipolítica ha jugado un papel importante en la grave situación que se encuentra el país. Aunado a esta, aparece la antipolítica digital que implica el mal uso de la contribución tecnología. Sin embargo, estamos a tiempo de reconocerla, de impedir que influya en las decisiones democráticas y decidir cambiar el rumbo hacia la reconstrucción del sistema político e institucional.
@freddyamarcano
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