En el noreste de la isla de Margarita, estado Nueva Esparta, está Juan Griego. Sus atardeceres son de una belleza majestuosa, a la orilla de sus playas es común ver a los muchachos jugando mientras el sol va buscando cobijo en el agua. En el mundo eclesiástico su nombre es parroquia San Juan Evangelista, por lo que allí, cada 27 de diciembre se celebran las fiestas patronales en honor a ese santo. Sin embargo, la octavita de dichas festividades son, a mi gusto, de mayor tronío.
Cada 3 de enero los habitantes de Juan Griego despiden la Navidad con estas fiestas que comienzan la noche del día anterior. Esa tarde, a las seis, realizan en el templo La Salve, y luego se van todos al estacionamiento del muelle para quemar “La Vaca”. Escribo sobre una armazón con la forma de ese rumiante que está forrada de cuanto artefacto pirotécnico se puedan imaginar. Dentro está un consumado bailarín, y cuando prenden los fuegos artificiales comienza a contonearse y embistiendo a los asistentes mientras una banda toca y la gente corea: “Ahí viene la vaca por el callejón / Y en los cachos trae café y papelón”.
La fiesta dura hasta que el cuerpo aguanta, aunque muchos empiezan a recogerse temprano porque a las seis de la mañana empezará el jolgorio. A esa hora sale un camión con la banda a recorrer las calles del pueblo pregonando que es el día de la octavita. Los altos son consecutivos, todos los vecinos quieren que se detengan en su casa, toquen, desayunen y se den un “palo” de whisky. Ese alboroto dura hasta las diez de la mañana que hay la misa solemne en la iglesia, y luego otra vez a recargar fuerzas para volver entre las tres y cuatro de la tarde, cuando regresaran de nuevo a sacar en solemne procesión al santo hasta el muelle, montarlo en una lancha de alguno de los pescadores y pasearlo por el mar. Es lo que llaman “goletear” a San Juan.
En su momento me explicaba el querido, y siempre recordado, Eduardo Borra, que el término es herencia de los tiempos en que en vez de peñeros eran goletas las embarcaciones de los pescadores. Y, como desde hace muchísimos años, un enjambre de botes sale por la bahía a pasear a su patrono. Todo esto al compás de música, cohetes y cuanto fuego artificial exista.
Un año, en medio de esa celebración, al calor de la emoción y el lanzamiento de petardos a un ritmo endiablado, se desató un torbellino de picaduras que hizo correr a todo el mundo. ¡Hasta el cura se arremangó la sotana y se lanzó al agua!
Nadie se había percatado que en la parte más alta del campanario las avispas tenían un panal gigantesco. Uno de los tantos petardos que se estaban lanzando a diestra y siniestra, dio de lleno en medio del avispero y los animalitos, me aseguran que eran miles, arremetieron sin piedad alguna contra la feligresía, y ante los aguijones solo quedó echarse al agua. San Juan Evangelista quedó íngrimo en medio de la calle, mientras el cura y sus parroquianos, sumergidos en el mar, esperaron a que se calmaran los abejorros.
Ese episodio me viene a la mente en estos días, cuando la dinámica venezolana sigue en efervescencia. Muchos están corriendo como los juangriegueros perseguidos por las avispas. En algunos se aprecia cierto regodeo ante las acciones de los últimos días. Edmundo González Urrutia se refugia en España, es reconocido por el congreso español como “presidente electo y legítimo de Venezuela”, y la ministra española de Defensa, Margarita Robles, calificó al gobierno de Maduro como “dictadura”. Y, no menos importante, María Corina sigue planificando y ejecutando la guerra sin cuartel que libra contra la dictadura y sus jenízaros.
Leo a uno de los tantos sabios del quehacer político enunciar: “Si él no consideraba que tenía el conocimiento para la candidatura, no debió hacerlo. Si no podía aceptar los riesgos inherentes, no debió aceptar.” Comentarios lerdos como este han estallado en las redes con el mismo frenesí de los cohetes de Juan Griego.
Hay una derrota endógena que pretende dejar al santo en medio de la calle mientras se sumergen para que no los jodan los aguijones. Semejante panda de infelices no termina de entender que estas no son avispas, son una bandada de cernícalos que perseguirán hasta acabar con todos aquellos que no pertenezcan a su parvada.
Mientras tanto, y es con lo que prefiero quedarme, la cara de apaleados y descalabrados de Nicolast, Diosdado, Vladimir y Tarek, así como las soflamas histéricas del psiquiatra desquiciado llamando al aislamiento, sin olvidar los rictus de las esbirras judiciales, dan la mejor explicación de un final que está más cerca de lo que ellos mismos, y muchos otros, quieren asumir.
Se ganó, de eso es de lo que no se puede tener duda, pese al coro de necios que braman contra cada jugada que se ha venido haciendo desde la trinchera de la señora Machado y el señor González. Por favor, ya que no saben aportar algo, dejen de joder.
© Alfredo Cedeño
http://textosyfotos.blogspot.com/
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