Me topé con el debatido libro Treblinka, del escritor francés Jean-François Steiner, gracias a una recomendación hace años de un buen amigo librero. Es excelente, me dijo. El título en mis manos es de esas ediciones que puedes encontrar a la venta en el suelo de cualquier calle, ofrecido quizás a 1 dólar en una caja repleta de libros usados.
Titulado originalmente Treblinka: la révolte d’un camp d’extermination, la edición en español de Plaza & y Janés, de 1967 —su primera publicación data de 1966—, se llama simplemente Treblinka, una decisión acertada porque la revuelta de Treblinka ocurrida en agosto de 1943 se describe apenas en los últimos capítulos. La mayor parte del libro construye la atmósfera del campo de exterminio y reflexiona sobre la idiosincrasia de los judíos y su comportamiento ante los nazis, que fue lo que motivó el aluvión de críticas que recibió por parte de críticos, la prensa y sobrevivientes del Holocausto.
Steiner tenía 28 años de edad cuando apareció el libro. Hijo de Kadmi Cohen, escritor y abogado que murió en uno de los subcampos de Auschwitz, es parte de la segunda generación tras el Holocausto, algo que en aquel momento no fue motivo de orgullo para él, porque consideró que los judíos no hicieron lo suficiente para enfrentar a los nazis, a pesar del afinado sistema que los llevó a la humillación, la esclavitud, el hambre y, en consecuencia, a la muerte de millones de personas.
Es un tema que atraviesa todo el libro y que aparece en una sola línea en el primer capítulo: “Los judíos no se defendían jamás ni se rebelaban jamás”. De lo que no se dio cuenta Steiner es que su propia tesis se contradice cuando describe de manera minuciosa el aparato nazi, que va desde secuestrar físicamente al individuo y despojarlo de sus pertenencias hasta pisotearlo de tal manera que terminan con sus almas robadas, como podemos ver en el mismo libro en el momento en que en Treblinka se establece un espacio para presentar peleas de boxeo y los prisioneros, obligados por las circunstancias, sabiendo que cualquier comportamiento extraño les llevaría a la muerte, se adaptan y “celebran” mientras otros entierran cadáveres.
Dice el autor: “Se han vuelto cómplices del exterminio. El más leve pudor exigiría que se callasen, el más leve asomo de humanidad que no cesasen de llorar por sus desaparecidos”. ¿Pero qué se podría esperar? Si mostraban la mínima preocupación podían ser castigados, si intentaban rebelarse los mataban y si dejaban de “celebrar” se verían sospechosos. A tomar en cuenta además que no solo el miedo por la brutal violencia nazi los tiene en esas condiciones, estaban pasando hambre trabajando largas horas y viendo los cadáveres de los suyos siendo vejados.
En 1976, Primo Levi, que publicó en 1947 sus memorias en Auschwitz Si esto es un hombre, uno de los testimonios más importantes sobre el Holocausto, respondía a la pregunta de la ausencia de rebeliones masivas señalando que las pocas que hubo fueron planificadas por prisioneros que de alguna manera eran privilegiados tanto en condiciones físicas como espirituales. Algo que no debe sorprender, dijo, porque incluso fuera de los campos de exterminio las luchas raras veces las lideran personas del subproletariado. “Los ‘harapientos’ no se rebelan”, advirtió.
Apuntó Levi que las experiencias conspiradoras en campos de prisioneros políticos, más que rebeliones abiertas, permitieron logros como chantajear o corromper a las SS y frenar así sus poderes indiscriminados, se saboteó el trabajo para la industrias alemanas, se organizaron evasiones, se filtraron informaciones a los Aliados acerca de las horribles condiciones de los campos, se mejoró el tratamiento de los enfermos con la sustitución de médicos de las SS con médicos prisioneros, se logró “condicionar” las selecciones para enviar a la muerte a espías o traidores y salvar así a prisioneros cuya supervivencia tenía particular importancia, se logró preparar, incluso militarmente, una resistencia en caso de que, de acercarse el frente, los nazis decidieran liquidar totalmente los campos.
Mientras que en los campos en que los judíos eran mayoría, como los de la zona de Auschwitz, una defensa activa o pasiva era difícil porque los prisioneros carecían de experiencia organizativa o militar, provenían de distintos países de Europa y hablaban lenguas diferentes, lo que dificultaba la comunicación, y sobre todo tenían mucha hambre y estaban muy débiles. Sus condiciones eran más duras por tener un largo historial de hambre, persecuciones y humillaciones en los guetos. Su estancia en el Lager era breve y, en definitiva, continúa Levi, fueron una población fluctuante disminuida continuamente por la muerte que se renovaba por las incesantes llegadas de nuevos cargamentos.
Steiner afirmaba que hubo una cuota de cobardía en la actitud de las masas judías que “preferían soportar la más vil humillación antes que rebelarse”. Decía en una entrevista que se sentía avergonzado de ser descendiente de un pueblo que permitió que 6 millones de víctimas fueran llevadas a las cámaras de gas. En los campos, insistía, los judíos se hicieron cómplices de su exterminio. Pero él mismo se contradice cuando describe las innumerables dificultades que tuvo el Comité de Resistencia de Treblinka para organizar la rebelión, la vigilancia extrema a la que eran sometidos, la necesidad de que algunos de sus miembros tuvieran conocimientos militares o que uno de ellos debía tener privilegios entre los alemanes para poder distraerlos o conseguir información estratégica.
En los últimos capítulos del libro apunta que la mayoría de los miembros del Comité o los que desempeñaron un papel en la sublevación murieron durante la rebelión. Según sus datos, del millar de presos que había en el campo aproximadamente 600 escaparon y llegaron a los bosques cercanos sin ser capturados. Cuando el Ejército Rojo llegó, de aquellos 600 evadidos solo quedaban 40 sobrevivientes. Los demás fueron asesinados en el curso de un año por los campesinos polacos, resistentes de Armia Krajowa, bandas fascistas ucranianas, desertores de la Wehrmacht, la Gestapo y unidades especiales del Ejército alemán. El Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos apunta en su página web, sin embargo, que fueron más de 300 los evadidos.
Elogiado en el prólogo por Simone de Beauvoir —“El tono del libro es completamente insólito: ni patetismo ni indignación, sino una frialdad calculada y, a veces, hasta un humor sombrío”—, Treblinka: la révolte d’un camp d’extermination fue un éxito en ventas al despachar 100.000 copias a finales de 1966 y fue objeto de debates entre figuras como Lévinas, Rousset, Mauriac y Vidal-Naquet. En 2005, el académico Samuel Moyn publicó A Holocaust Controversy: The Treblinka Affair in Postwar France, en el que analiza el fenómeno del libro a partir de fuentes primarias, según la Oxford University Press.
El historiador francés Antoine Compagnon, profesor en el Colegio de Francia, ha hecho comentarios del libro en un artículo, disponible en la página web del instituto en el que trabaja, que nos ayudarían a ponerlo en contexto sin condenarlo de inmediato: el título de Steiner, que antes de escribirlo trabajó en la revista Temps Modernes, fundada por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y en el semanario pro-gaullista Nouveau Candide, marcó, a pesar de las críticas que recibió, el despertar de la memoria del Holocausto en Francia, así como el comienzo de la insistencia en el destino de los judíos o la distinción entre campo de concentración y campo de exterminio.