Ahora que Donald Trump regresó a la Casa Blanca, lo que más preocupa a China no son los altos aranceles que ha prometido imponer a sus productos. Los dirigentes chinos entienden que los aranceles son más importantes para Trump como medidas políticas y simbólicas que como armas económicas que puedan poner grandes obstáculos al crecimiento y al desarrollo de China.
El verdadero dilema al que se enfrenta China gira en torno a si se debe desvincular o no su economía del sistema monetario internacional dominado por el dólar, mediante la conversión del grupo BRICS de grandes economías emergentes en un acuerdo al estilo de Bretton Woods. La respuesta no depende de los aranceles o de lo que ocurra con TikTok, sino de si los halcones antichinos de la administración Trump lo llevan a una confrontación que, trascendiendo los aranceles, incluya sanciones financieras.
La eficacia de los aranceles como arma para doblegar a China está sobrevaluada, sobre todo si se combinan con promesas de grandes rebajas impositivas y desregulación radical en los Estados Unidos. El resultado probable de ambas medidas será aumentar las ganancias de las empresas estadounidenses y los precios de sus acciones, y eso acelerará el ingreso de capital extranjero a Estados Unidos. El déficit presupuestario federal crecerá, pero mientras los inversores crean que la subida de rentabilidad de los bonos del Tesoro estadounidense no eclipsará la de los índices bursátiles estadounidenses, el dólar se seguirá fortaleciendo (y eso mitigará el efecto negativo de los aranceles sobre las exportaciones chinas). La diferencia entre el ahorro interno y la inversión (causa fundamental del déficit comercial que mantiene Estados Unidos con China y Europa) crecerá.
Trump se enfrenta a un difícil trilema: ¿puede combinar altos aranceles, un dólar más débil y continuidad de la hegemonía mundial del dólar? Los dirigentes chinos tienen bien estudiado el Acuerdo del Plaza (1985) y prevén que Trump intentará repetir con China lo que Ronald Reagan les hizo a los japoneses hace cuarenta años. Es decir, China tiene que elegir entre dos males: una apreciación masiva del yuan o aranceles masivos a sus exportaciones. Lo que nos trae a la dimensión política y geoestratégica del problema.
Trump comprende que China no es Japón, un país al que Estados Unidos le redactó la Constitución de posguerra y donde tiene estacionados 55.000 soldados. Además, China ya no depende tanto del mercado estadounidense como antes, porque se diversificó, y sus productos y las cadenas de suministro de su propiedad se han vuelto indispensables en todo el mundo.
La posibilidad de que China se doblegue y acepte una fuerte apreciación del yuan para evitar los aranceles de Trump es (por decirlo suavemente) muy pequeña. Los funcionarios chinos saben muy bien que la revalorización del yen en el marco del Acuerdo del Plaza puso punto final a la supremacía industrial y financiera de Japón.
Pero aun sabiendo Trump que China no aceptará revaluar el yuan para evitar los altos aranceles, los impondrá por razones políticas y simbólicas. A continuación se negociará y se llegará a un acuerdo con aranceles un poco más bajos.
Como predice James K. Galbraith, el impacto de estos aranceles sobre los fabricantes chinos será limitado, ya que el comercio internacional se recalibrará de modo tal que Estados Unidos aumentará sus compras a Vietnam y la India y las exportaciones chinas a Europa y al resto del mundo se dispararán. Si hay un bloque económico al que los aranceles de Trump causarán enormes pérdidas es la Unión Europea, no China.
Además, la creciente divisoria digital-tecnológica entre China y Estados Unidos ya beneficia a las grandes empresas en ambos países. En China, hordas de ingenieros están logrando un progreso enorme en la fabricación de microchips avanzados que China nunca habría producido sin la Nueva Guerra Fría iniciada por Trump en su primer mandato (una política que el expresidente Joe Biden mantuvo e incluso reforzó).
En tanto, la combinación estadounidense de capital nube concentrado, fortaleza en investigación y desarrollo en el área digital y los aranceles de Trump ya ha motivado a las empresas europeas a redirigir inversiones a Estados Unidos. En resumen, la perspectiva de los aranceles de Trump debería causar desesperación en Europa, no en China.
No quiere decir esto que China no tenga razones para preocuparse. La gran pregunta es si los altos aranceles y la retórica antichina aplacarán lo bastante a los halcones del gobierno estadounidense o si, como es probable, su belicosidad empezará a retroalimentarse. Más en concreto, ¿convencerán a Trump de trascender los meros aranceles y adoptar sanciones financieras como las que Estados Unidos y la UE impusieron a Rusia?
Si lo hacen, en algún momento el gobierno chino tendrá que resolver su gran dilema. ¿Debería adelantarse a las sanciones financieras tratando de convertir el grupo BRICS (Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica y cinco nuevos miembros) en un sistema monetario similar al de Bretton Woods, centrado en el yuan y respaldado por el superávit comercial chino? ¿O permanecer dentro del sistema más amplio del dólar y ganar tiempo hasta que se manifiesten las contradicciones internas de Estados Unidos?
Por el momento China no ha dado señales de prisa. Aunque está desarrollando varios sistemas de pago, no presiona a los BRICS para que evolucionen hacia un sistema monetario. Por ejemplo, BRICS Pay es un experimento fascinante que combina la tecnología blockchain con la planificación central transfronteriza para crear un sistema de pagos que acabe con el monopolio occidental de las transferencias bancarias. Pero como todos los pagos siguen denominados en monedas diferentes sin un respaldo común, está tan cerca de ser un sistema monetario como está SWIFT (el sistema dominante de pagos interbancarios) de ser algo parecido a la zona euro.
Para convertir a los BRICS en un contrincante serio del sistema monetario internacional basado en el dólar, China tendría que poner sus excedentes a disposición de los BRICS, de modo tal que Rusia pueda cambiar las rupias que recibe por sus exportaciones de petróleo a la India por yuanes a un tipo de cambio casi fijo para gastarlos en productos chinos (más o menos lo que hizo Estados Unidos en los años cincuenta y sesenta para respaldar el sistema de Bretton Woods).
Sería un salto enorme para China y un desafío serio a la hegemonía del dólar, pero la decisión china de darlo dependerá de la geopolítica, no de la economía.
Traducción: Esteban Flamini
Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de Economía en la Universidad de Atenas.
Copyright: Project Syndicate, 2025.
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