La cooptación política, entendida como estrategia de un régimen para incorporar y neutralizar a actores disruptivos con el fin de perpetuar su dominio, es un fenómeno recurrente en sistemas autoritarios y semidemocráticos. Venezuela es un caso emblemático, donde esta práctica ha alcanzado niveles de sofisticación sin precedentes.
Desde la llegada del castrismo-chavismo al poder, la cooptación se convirtió en el pilar del proyecto bolivariano. Proceso que ha implicado la subordinación desvergonzada de las instituciones. Para muchos puede resultar una sorpresa, pero para los seguidores de la política no lo es. Lo ocurrido no es más que la crónica de una muerte anunciada, muerte en la que, sin lugar a dudas, es el pueblo el ultimado a la miseria, enfermedad e infelicidad.
Las Misiones Bolivarianas y Comité Locales de Abastecimiento y Producción han condicionado el acceso a bienes esenciales como salud, vivienda y alimentos a la lealtad política, con intención de fortalecer un clientelismo que garantiza una base de apoyo incluso en medio de la hiperinflación y escasez.
El oficialismo ha mejorado la simulación democrática al fomentar una oposición controlada, dócil y funcional. A través de la judicialización del adversario y la promoción de partidos ficticios ha logrado proyectar una imagen de pluralismo que le permite resistir sanciones, protestas y colapso económico, vaciando de contenido la democracia. En este contexto, la polarización social, dependencia petrolera y represión crea un ambiente donde la disidencia efectiva es casi imposible.
Es increíble ver cómo la ingenuidad política se apoderó de una población en medio de la tribulación y la desesperanza. Observar cómo la demagogia supo cooptar la inocencia de quienes votando por independencias políticas cosméticas no vieron el hacha en las manos de sus futuros verdugos, los percibieron como sangre nueva, impoluta y honesta. Y como decía la abuela: “si el engaño es bien llevado el último en enterarse del mismo será el engañado”.
El PRI en México construyó su hegemonía a través del corporativismo, integrando sindicatos, campesinos y empresarios a cambio de cargos burocráticos, haberes y prebendas. A diferencia de Venezuela, evitó la confrontación ideológica y mantuvo una fachada de estabilidad. Su declive llegó cuando la diversificación económica y la presión social comprometieron su capacidad de control.
En Rusia, Putin mantiene el poder vigilando a las élites económicas (oligarcas) y políticas, mientras controla medios y elecciones. Aunque emplea una oposición leal al estilo venezolano, su dominio es elitista y menos dependiente de las masas populares, apoyándose en convenientes desapariciones selectivas y una economía energética diversificada.
Zimbabue, bajo Mugabe, cooptó líderes tribales y dirigentes militares mediante concesiones de tierras y dotes. Aunque el régimen resistió el colapso económico gracias a estas alianzas, su caída expuso una fragilidad que Venezuela ha logrado esquivar por el férreo control castrense.
En Turquía, Erdogan ha cooptado instituciones judiciales y educativas, además de sectores religiosos conservadores, consolidando el poder. Manipula votaciones y absorbe disidencias al igual que el chavismo, su estrategia se basa en el nacionalismo y la religión que en el clientelismo económico masivo.
En Egipto, Mubarak apostó por cooptar a militares, empresarios y élites urbanas, permitiendo una oposición simbólica sin capacidad para desafiar. Tras la Primavera Árabe, El-Sisi refinó el modelo con burocracia cooptada y represión sistemática. Al igual que en Venezuela, el ejército es el pilar del poder, aunque en Egipto el pragmatismo pesa más que la ideología.
¿Hasta dónde puede llegar? Si bien la cooptación política varía según recursos, historia y objetivos del régimen, todos comparten un patrón: la perpetuación del poder mediante el control de las instituciones y erosión de la competencia política. En Venezuela y Zimbabue, la dependencia del petróleo y la tierra ha generado sistemas frágiles ante el colapso económico, mientras que Rusia y Turquía han diversificado sus fuentes de control. México logró institucionalizar la cooptación sin el nivel de confrontación ideológica del chavismo, y Egipto priorizó la estabilidad sobre el populismo.
Venezuela se distingue por la combinación de clientelismo intensivo, discurso revolucionario y captura total del Estado, lo que contrasta con el pragmatismo, nacionalismo o elitismo de otros modelos. Sin embargo, incluso las dictaduras más sofisticadas tienen límites, agotamiento económico, presión social o pérdida de cohesión interna pueden desmoronarlas.
Romper el ciclo de la cooptación requiere desmantelar la trama clientelar y restaurar la autonomía institucional, un reto que exige tanto voluntad interna como reequilibrio de fuerzas en el escenario internacional. La cooptación es una estrategia universal, pero también una trampa; al subordinar la democracia al control del poder, la acracia termina sembrando las semillas de su propia implosión.
@ArmandoMartini
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!