Aunque constituye un giro en la política exterior de EE UU desde el fin de la II Guerra Mundial, en realidad, la propuesta de Trump de “Estados Unidos primero” no es novedosa, sino que se alimenta de una corriente aislacionista de larga trayectoria en ese país que ya era palpable desde la época del primer presidente del país, George Washington, quien en su discurso de despedida aconsejó que EE UU evitara “enredadas alianzas” con otros países.
Cuando fue electo presidente en 2016, gran parte de la opinión pública estadounidense estaba agotada tras los ocho años de la guerra en Irak (que luego dio paso a la lucha contra el autodenominado Estado Islámico) y de la aparentemente interminable guerra en Afganistán que llevaba más de 15 años. Ambos conflictos iniciados, por cierto, por el republicano George W. Bush.
Trump llegó a la Casa Blanca con la promesa de no iniciar nuevas guerras, algo que cumplió formalmente, aunque algunos críticos le acusan de haber tenido una política exterior guerrerista y confrontacional.
Esto le permitió durante la campaña presentarse nuevamente como el candidato “anti-guerra” y aprovechar el creciente malestar —especialmente entre votantes republicanos— que consideran que EE UU está invirtiendo mucho dinero y esfuerzo en apoyar a Ucrania frente a la agresión rusa.
Trump prometió que si vuelve a la Casa Blanca pondrá fin a esta guerra en 24 horas, lo que ha generado preocupación en Ucrania y sus aliados, pues temen que el republicano intente forzar a Kyiv a hacer concesiones para apaciguar a Rusia.
También durante la campaña, Trump aseguró que pondría fin a la guerra en Gaza, aunque no ha dicho cómo.
Y los votantes parecen haberle creído.
5. La cambiante candidatura demócrata

El fallido intento de candidatura de Biden y su tardío reemplazo por Harris favoreció a Trump | Getty Images
La campaña electoral de Trump se vio favorecida también por los vaivenes del Partido Demócrata durante esta campaña.
El presidente Joe Biden intentó buscar la reelección e, inicialmente, lideró las encuestas. Sin embargo, a partir de marzo de 2024 su popularidad cayó a medida que crecían las dudas dentro y fuera de su partido sobre la idoneidad de su candidatura, en especial, debido a las preocupaciones por su avanzada edad y las dudas sobre su supuesto declive cognitivo.
La situación llegó a un punto crítico durante el debate que ambos candidatos sostuvieron a finales en junio, durante el cual Biden tuvo dificultades para presentar sus argumentos y, por momentos, pareció perder el hilo de sus pensamientos.
Pocos días más tarde, Biden anunció su retiro de la carrera y su apoyo a la candidatura de su vicepresidenta Kamala Harris.
En pocas semanas, Harris asumió el liderazgo demócrata y logró recuperar en las encuestas el terreno perdido por Biden, pero solamente hasta instalarse en una situación de empate técnico con Trump que se mantuvo hasta las elecciones.
Menos conocida por los votantes que Trump, Harris tuvo dificultades en la campaña para desligarse de las políticas de Biden y de sus aparentes consecuencias en términos de inflación y de crisis en la frontera.
Harris intentó presentar su candidatura como la opción del “cambio” generacional y de la alegría, pero su candidatura no pareció convencer a los electores insatisfechos con el sistema político estadounidense.
La candidata demócrata también resultó perjudicada por su negativa a conceder entrevistas a la prensa durante sus primeras semanas de campaña, lo que alimentó la idea de que no tenía un plan claro de gobierno.
Además, a lo largo de la campaña, Harris lucía como clara favorita para ganar el voto femenino, pero perdía mucho terreno en el voto masculino, en especial de jóvenes negros e hispanos que giraron de forma notable hacia Trump, contribuyendo así a su regreso a la Casa Blanca.